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Putinismo

Hasta 1989, la kremlinología, entendida como la ciencia que interpretaba las declaraciones de los líderes soviéticos y las páginas de Pravda o de la agencia Tass, era una especialización reconocida en Occidente y un medio para interpretar la política de la URSS. Ahora, la persistencia en la Rusia postsoviética del hermetismo autoritario ha impulsado las especulaciones acerca del pensamiento y los criterios políticos de Vladimir Putin ruso. Hace unos meses, aprovechando la actualidad de los asuntos referidos a Rusia, se ha publicado en España En la cabeza de Vladimir Putin, el libro del filósofo francés Michel Eltchaninoff, de desafortunado titulo, edición fea y cubierta inenarrable. Dicho esto, el contenido es otra cosa pues, en unas cuantas páginas, con rigor y amenidad divulgativa, el autor analiza cual es la idea del mundo y sobre todo de Rusia que tiene el líder ruso, enlazando su pensamiento con las tendencias entre las que ha oscilado Rusia desde el siglo XVIII: occidentalismo, eslavismo y eurasianismo o turanismo. Todo ello lejos de los habituales sensacionalismos que hablan del autócrata ruso como un demente, tal y como acostumbran a hacer los medios de comunicación.

Según Eltchaninoff, la concepción que tiene Putin de la realidad internacional y de Rusia responde a un collage de ideas que se asienta en tres grandes corrientes del pensamiento ruso: primero, el paneslavismo, que en su caso está unido al autoritarismo soviético, luego, el tradicionalismo antimoderno y, por último, el eurasianismo del nacionalista ultraconservador y populista Aleksander Duguin. Para Putin, Europa, a la que se mira desde fuera, es históricamente la responsable de todos los males de Rusia, al tiempo que un enemigo espiritual e ideológico de la esencia rusa. El tradicionalismo eslavista de intenso contenido religioso se opone a un Occidente laico, débil y sin valores morales en el que dominan la homosexualidad, las cuestiones de género y la cultura multirracial. Así se entiende que el Patriarca Ortodoxo de Moscú, aliado de Putin, declare que la de Ucrania es una guerra ideológica entre la civilización occidental y el mundo ruso.

Continúa Michel Eltchaninoff señalando cuales son los pensadores que han conformado las ideas de Vladimir Putin, entre los que destaca Iván Ilyín, un ruso blanco emigrado tras la Revolución, teórico de una democracia fuerte y plebiscitaria, alrededor de un líder carismático, diferente de la democracia liberal. Aunque muere en 1954, Ilyín señaló como sería la Rusia postsoviética, a la que situaba siempre frente a un Occidente que no soporta la singularidad de Rusia y que secularmente hace lo posible por desmembrarla, incluso enviando ideas disolventes y contrarias al espíritu eslavo y a la religión como es la noción de libertad o el marxismo. Nostálgico del zarismo, nacionalista y partidario de la violencia como método político y del autoritarismo, Ilyín era un admirador de Franco y de Oliveira Salazar.

Otro de los personajes cuya obra interesa a Putin sería Vladímir Soloviov, un filósofo idealista de finales del siglo XIX cercano a Dostoievski que se incluye en el paneslavismo religioso según el cual Rusia sería la encargada de salvaguardar la Europa cristiana al ser depositaria de sus valores ante la inmoralidad de Occidente. Un nacionalismo eslavófilo de corte religioso que compartía Alexander Solzhenitsin, autor también citado por Putin. Nikolai Berdaiev, teórico antibolchevique del conservadurismo y de los valores tradicionales, es otro de los filósofos presuntamente de cabecera de un Putin del que Michel Eltchaninoff dice que no ha leído más allá que algún resumen o informe. Todo sin olvidar la influencia de Vladislav Surkov, muy próximo al presidente ruso y al que se llama el Rasputín de Putin. Surkov sería el teórico del putinismo de esa combinación de tradición, antioccidentalismo, antimodernidad y autoritarismo que intenta expandir como alternativa al dominio de Occidente. En lo referente al eurasianismo, Vladimir Putin se apoya en el neoturanista Alexaner Duguin, un personaje extremadamente nacionalista que hace unos días sufrió un atentado en el que murió su hija. Vinculado con la extrema derecha europea, el tradicionalismo antimoderno, el autoritarismo de Carl Schmitt, el ocultismo y el paganismo neofascista, es como una combinación de Rasputín y el peronista López Rega, aunque parece que con más lecturas.

Los eurasianistas, tan alejados del eslavismo como del occidentalismo, miran a Oriente y sitúan a Rusia como una realidad que iría del Dniéper al Pacífico que, naturalmente lideraría Moscú. Uno de sus más destacados teóricos sería Lev Gumilev, hijo de Anna Ajmatova, quien ensalzaba la Horda de Oro, el mundo tártaro, la cultura de la estepa y la figura de Gengis Khan frente al mundo romano. Estas corrientes junto al autoritarismo de tradición zarista y soviética, conforman el régimen poscomunista y nacionalista del presidente ruso que considera a Ucrania parte de la Nueva Rusia, lo que explica su invasión.

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