Tribuna

cÉSAR ROMERO

Escritor

Profesiones de alto riesgo para los demás

Las hay cuyo ejercicio puede comportar riesgo no para los profesionales sino para quienes los rodean, como el funcionario aburrido, el escritor sin lectores o el vendedor por caridad

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Profesiones de alto riesgo para los demás / rosell

La de desactivador de bombas, la militar, la de espía son profesiones de alto riesgo. Algunas que hasta ahora lo eran sólo por posibles contagios, como las sanitarias, se están convirtiendo en ellas también por la falta de respeto creciente de algunos usuarios. Pero las hay cuyo ejercicio puede comportar riesgo no para los profesionales sino para quienes los rodean. He aquí algunas:

1.- El funcionario aburrido. Después del café y el hojeo del periódico gratuito de la mañana, el funcionario aburrido divisa la inmensa llanura de la mañana por delante. Antes de empezar a despacharla suena el teléfono. Oye, ¿te has enterado de que van a cesar a Menganita? ¿Menganita? Sí, la que está liada con Perenganito, ¿no lo sabes? Debes de ser el único que no. La llamada telefónica lo deja pensativo. El funcionario aburrido no acaba de ponerle cara a la protagonista de la noticia. Ni al otro. Por un momento duda, pero como se considera un eslabón, quién sabe si perdido, dentro de la cadena que mueve la enorme maquinaria de la Administración, toma su teléfono. Oye, ¿te has enterado de que han cesado a Menganita? Ah, ¿ya lo sabías? Pues no sé los motivos, chica, ni idea. ¡Que estuvo liada con Zutanito! Yo sé lo de Menganito, pero eso no. Me dejas de piedra. Cuando termine la jornada laboral puede que no se sepa quién ha cesado en sus funciones, si alguien lo ha hecho, ni quién tuvo o dejó de tener un affaire con quién, si lo hubo.

2.- El escritor sin lectores. No es el escritor inédito. Al escritor sin lectores lo publican, editoriales pequeñas, sin pretensiones, pero editoriales. El escritor sin lectores tiene una columna, una página en el periódico de su ciudad, una modesta ciudad provinciana. Despotrica de todo y de todos, pero ni así llama la atención. Ni siquiera la de sus paisanos: pese a la fotito pasea desapercibido, anónimo, junto a ellos. Sólo parecen leerlo los escritores paisanos inéditos, los que aspiran a ser de éxito pero se quedarán, con suerte, en nuevos escritores sin lectores. El escritor sin lectores, la imaginación es corta y la página muy larga, es un poco columnista parasitario. Suele arremeter contra lo que dice el escritor de éxito en el periódico o el suplemento dominical. Suele citarlo por su nombre. No es que lo que diga aquél le importe mucho. En el fondo, a lo que aspira es a que el escritor de éxito se fije en lo que ha dicho sobre él y le dedique su columna, un tuit, algo. Ah, ese minuto de gloria, si llega. ¡Cuánto enorgullece al escritor sin lectores! Porque, pese a su falsa modestia (todas las falsas modestias son falsas, pero la de un escritor, sin y con lectores, es más falsa que la falsa moneda), el escritor sin lectores no se conforma con escribir (si fuera así, ¿para qué publica?), como dice, ni con su club modesto de lectores, como repite, sino que desearía ser la víctima de los escritores sin lectores como él.

3.- El vendedor por caridad. En lenguaje moderno sería por solidaridad, el nombre laico de la caridad. El vendedor por caridad invade las calles céntricas de las grandes ciudades. Con un peto de color fosforito o un chaleco con muchos bolsillos. Y una carpeta en la mano. Saluda al transeúnte, siempre de tú, y se pone a caminar acompasado con el mismo, a su ritmo. ¿Conoces la labor de Médicos del Universo? O de cualquiera de las muchas ONG que hay (¿se han fijado, por cierto, en que si Comisiones Obreras se fundara hoy sus siglas no serían CCOO sino COs, casi casi anhídrido carbónico?). El vendedor por caridad suele ser un chaval simpático, una chavala animada. Exulta entusiasmo, no sabe uno si por técnica de venta o porque la mucha juventud que atesora le impide mostrarse aún desanimado. Aunque se le diga que ya conoce la labor y que le parece loable, el vendedor por caridad sigue cantándole las excelencias de tal o cual ONG. Es más, si uno se para un día, porque da reparo no dedicarle un segundo a quien se gana la vida con tanto empeño y una sonrisa permanente en la boca, al día siguiente comprobará cómo el mismo vendedor por caridad querrá contarle otra vez lo mismo. Ese día siguiente el transeúnte de las calles céntricas empieza a preguntarse si aquellos que llevan auriculares, y callan, o que van pendientes de sus móviles, de los que cada vez más a menudo sale una voz metálica diciendo "Giiiire a la derecha", en verdad no escuchan nada ni buscan calle alguna sino que sólo aspiran a que ningún vendedor por caridad se les adhiera y los obligue a decirle "voy con prisa, lo siento" y acelerar el paso.

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