Tribuna

fernando taboada

Profesor de Filosofía

Pasteur no está de moda

Pasteur no está de moda Pasteur no está de moda

Pasteur no está de moda / rosell

Ya teníamos a los creacionistas, que se niegan a aceptar la teoría de la evolución; a los terraplanistas (quienes, como su propio nombre indica, no han leído mucho en los últimos veinticinco siglos). Y tenemos a los enemigos de las vacunas, que consideran que el mejor remedio contra la difteria y el sarampión es el mismo que funciona con las avispas: no echarles cuenta. Pues no contentos con semejante catálogo de desvaríos, ahora se han sumado a este mercadillo medieval de las ideas peregrinas los defensores de la leche cruda.

No sabemos si lo adecuado será tomarla en vaso, porque a lo mejor el vaso resulta un invento tan sofisticado que impide disfrutar de esa leche en todo su esplendor. Pero está claro que si de estos disidentes del progreso dependiera, habría que hacer sitio en las casas para una vaca con la que evitar las manipulaciones industriales y desayunar directamente de la ubre.

Basándose en datos rigurosos (como que hay platos precocinados cuya fecha de caducidad podría coincidir con la del fin del mundo, o que en la sección de congelados sólo falta que vendan croquetas de uranio), los defensores de la nutrición sin aditivos pueden llegar a deducir que tomar la leche tal como la maman los terneritos es más sano, o que beber la propia orina es mejor que tomar el agua embotellada. Una muestra más de que no siempre que se parte de premisas ciertas se llega a conclusiones respetables.

De esta forma, el crudívoro (que así se llama a estos defensores de la dieta pleistocena) no cree en las ventajas de la pasteurización, como supongo que tampoco creerá en las ventajas de la tortilla de patatas frente al placer de comerse los tubérculos tal como vienen del campo y de servir los huevos en el plato según los vaya poniendo la gallina y sin pasar por la sartén.

Pero gustos culinarios aparte, es urgente que se legisle al respecto, ya que anda en juego la salud pública, que está por encima de las manías de cada uno. Si bien la legislación es tajante en cuanto al tabaco (y por eso sorprendería ver a alguien fumándose un puro en el cine), sin embargo, en lo tocante a vacunaciones, por ejemplo, existen lagunas bastante polémicas, ya que el derecho de un individuo a vivir como Tarzán puede chocar con el derecho de los individuos que le rodean a no padecer las incomodidades de tener como vecino al Rey de los Monos. Sobre todo si el Rey de los Monos, en vez de vivir en la jungla, lleva a sus hijos a la misma guardería a la que van los nuestros.

La Medicina es eficaz, pero no hace milagros. Y como la superstición germina donde la ciencia deja de hacer pie, ahí empiezan los negocios turbios, que van desde la charlatanería del curandero a la astrología, pasando por esas extravagancias de fomentar el consumo de una leche que, por ser cruda, encima, la cobran bastante más cara.

Que alguien crea en las ventajas de comerse el pollo sin desplumar no deja de tener hasta gracia y, en principio, salvo que el chiflado en cuestión ejerza una profesión de responsabilidad, apenas tiene repercusiones sociales. Pero que unos padres prefieran hacer objeción de conciencia negándose a vacunar a sus hijos ya es otro cantar porque entonces se pone en juego, no la salud de esa familia que opta por ir contra la corriente, sino la del resto de los mortales, que bastante tenemos con padecer a semejantes iluminados como para tener que padecer también los virus que portan por no darse un pinchazo a tiempo.

En todo ese recelo contra la Medicina oficial se puede vislumbrar el recelo contra otras estructuras de poder como la economía de mercado o el propio sistema de representación parlamentaria. Y es que hay escépticos que a veces caen en su propia trampa: con tal de no creerse lo que dicta la ciencia oficial, o la prensa, o el Gobierno, se tragan lo primero que diga un chalado por internet, con la condición de que ese chalado asegure que detrás del sistema sanitario público está la industria farmacéutica, y detrás de la industria farmacéutica, una confabulación universal para que siempre nos duela algo.

Y no es que sea peligroso que haya gente que proteste contra el sistema negándose a tomar aspirinas o comiendo acelgas sin parar. Lo peligroso está en que, por llevar la contraria, se salten las vallas del bien común. Todo el mundo tiene derecho a beber la leche cruda, como tendría derecho a cazar mamuts con un palo si no se hubieran extinguido. Pero siempre que ese retorno a la vida silvestre no repercuta en la de los que preferimos escribir a ordenador, viajar en avión y que nos pongan anestesia antes de arrancarnos una muela.

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