Tribuna

Salvador Moreno Peralta

Arquitecto

Orwell y la arquitectura

Orwell y la arquitectura Orwell y la arquitectura

Orwell y la arquitectura / rosell

Hemos podido leer recientemente que el Gobierno vasco, en sintonía con el catalán y el valenciano, ha redactado un borrador de propuestas referentes a unas nuevas Normas de Vivienda "inclusivas" y con "perspectiva de género", cuyas probabilidades de verlas convertidas en normas son las que hoy día tienen las estupideces de abrirse paso. O sea, muchas. No hay que ser profesional de la construcción o la arquitectura para oler en ellas el tufo de las encrespadas abolicionistas del género, cuyo esperpéntico fanatismo sabotea, como caballo de Troya, la racionalidad del feminismo cabal. Y así, entre sus perlas están las de "desjerarquizar" los espacios y suprimir el dormitorio principal con baño incorporado por ser un símbolo "heteropatriarcal" que determina "una ocupación desigual del grupo de convivencia"; las casas feministas, dicen, tienen que ser "no jerárquicas y no androcéntricas para romper con los binarismos y el reparto tradicional de los roles que reproducen desigualdades de género". La cursilería tautológica está presente en frases como "disponer de un espacio reservado para el ciclo del lavado de ropa (o sea, una lavadora) que podrá situarse en la cocina, en el aseo o en un recinto específico para esa función" de forma que con ello "se garantice la funcionalidad del entorno físico y se facilite la corresponsabilidad". Si hemos entendido bien, que de la colada se corresponsabilicen las personas de cualquier sexo no depende de sus tendencias igualitarias o inclusivas, ni de las condiciones laborales de las familias para que sus miembros se la repartan a diario como buenamente puedan sino….¡de la existencia de un lavadero!, convertido ahora, desde su útil y modesta función de toda la vida, en un celador de reprobables actitudes androcéntricas. En cuanto a las cocinas, el Gobierno vasco saca pecho higienista y, en plan Bauhaus, establece con fanfarria innovadora que han de tener como mínimo una superficie de siete metros cuadrados, que es justamente lo que fijan las normativas de vivienda en España ya desde Franco. No acaba ahí el descubrimiento vasco: las cocinas han de situarse al lado del comedor o "incluso integradas", como sin saberlo veníamos diseñando desde hace más de medio siglo, pero la vulgaridad funcional de esta práctica es ahora ennoblecida con la superioridad moral de la perspectiva de género, porque esa medida se adopta "para no aislar a las mujeres", garantizando "la conexión visual (léase transparencia) para evitar la exclusión o la discriminación de la persona encargada de cocinar". La obcecación inclusiva del texto no le permite admitir la posibilidad misma de que esa "persona encargada" pueda ser un repelente varón.

El Ayuntamiento de Ada Colau, desde su IMHAB, no se queda atrás y va a establecer que los cuartos de baño estén compartimentados por usos, como los de un gimnasio o un hotel, "para que permitan su utilización simultánea sin tener que duplicar la dotación completa de elementos; es decir, separar el váter del lavabo con un tabique para que dos personas utilicen ambos elementos a la vez". Desde su feminismo místico Santa Teresa de Jesús decía que Dios andaba por los pucheros. Ahora es el orwelliano Ojo del Gran Hermano el que anda por los retretes vigilando un ejercicio responsable del cuarto de baño mediante su utilización compartida.

Todo el texto es un ostral de perlas cultivadas. Pero resulta penoso que algo tan urgente como la necesidad de revisar el marco normativo de la vivienda, ante los acelerados cambios del mundo actual, se aborde desde una visión tan disparatada del problema, por decirlo finamente. Las normas que regulan las dimensiones interiores de las viviendas tienen una honda tradición que arranca del reformismo europeo de finales del siglo XIX, alarmado por las insalubres y promiscuas condiciones de vida de la clase obrera, y se universalizan con el funcionalismo del Movimiento Moderno. Pero a lo largo del tiempo hemos podido ver cómo la rigidez de las normas, so pretexto de garantizar la dignidad de los espacios habitables, han acabado por burocratizar la misma vida cotidiana que han de contener. Muriendas, y no viviendas, llamaba a esto el gran arquitecto Sáenz de Oiza. La vivienda post-pandemia ha de ser objeto, pues, de una reconsideración integral que abra sus normas a la diversidad de los modos de vida actuales, y no sucumba a la seducción autoritaria de la virtud, que suele acabar dándole un enorme poder al virtuoso regidor en perjuicio de los resignados regidos. La regulación de la vivienda ha de ser contemplada desde las múltiples perspectivas que confluyen en la calidad de vida, y esa responsabilidad radica en la buena arquitectura, más que en eslóganes grotescos que no se cargan de razón por muy altos que se pregonen ni remachen en el clavo de la obviedad.

En todo caso, resulta significativo que esta monumental sandez, excrecencia normativa de la corrección política, se esté promoviendo desde las tres zonas con pretensiones separatistas. Es posible pues, que la matriz del independentismo irredento no sea ni la supremacía racial ni el vínculo atávico con la historia y el terruño, sino la simple y llana estupidez.

Pero esa es ya otra historia.

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