Tribuna

Juan ramón Medina Precioso

Catedrático de Genética

'Nature' retorna al activismo

'Nature' retorna al activismo 'Nature' retorna al activismo

'Nature' retorna al activismo

Gestionada por Joseph Lockyer, conocido astrónomo, y Alexander Macmillan, acreditado editor, el 4 de noviembre de 1869 salió el primer número de la revista Nature. Once años antes Charles R. Darwin y Alfred R. Wallace habían dado a conocer su teoría de la selección natural como causa de la evolución de las especies. Aquel año, 1869, Wallace publicó que nuestra especie, Homo sapiens, provenía de la evolución de un primate, pero que la selección natural no explicaba el origen de nuestro espíritu, lo que cuadraba con su afición al espiritismo. Por su parte, Thomas Huxley, que había sido el primero en incardinar públicamente a nuestra especie en el contexto de la evolución biológica, recuperó el término "agnóstico" para designar a los que, como él, se abstenían de formular juicios sobre cuestiones religiosas por falta de pruebas científicas en un sentido u otro. Sobre el espiritismo opinaba que, si nunca le había interesado los cotilleos de los vivos, mucho menos iban a interesarle los de los fallecidos. Dos años después, 1871, Darwin escribió que, para explicar nuestro origen, bastaba con una combinación de selección natural y sexual, lo que cuadraba con su encubierta campaña contra el espiritismo, al que consideraba supersticioso y perjudicial para la ciencia.

En ese mundillo nació Nature, siendo Huxley uno de los que más la habían impulsado. Brillante especialista en anatomía comparada proveniente de una familia con escasos recursos, se le daba bien ese tipo de activismo científico: fue uno de los principales defensores de la teoría de la evolución y el más dinámico miembro del Club X, un grupo que aspiraba a convertir la dedicación a las ciencias naturales en una profesión remunerada.

Aunque, partidario de combinar la divulgación científica con el negocio editorial, fue Macmillan quien propuso el nombre de Nature (Naturaleza) para la revista, fue Huxley quien le otorgó el beneplácito. Por su parte, el matemático Sylvester, un británico de ascendencia judía, opinó que ese nombre era "una verdadera genialidad. Es más que el Cosmos, más que el Universo. Incluye lo visible y lo invisible, lo posible y lo actual, naturaleza y naturaleza de Dios, pensamiento y materia". Como se ve, Sylvester, quien desarrollo la matemática de las matrices y los determinantes, se atenía a clásica concepción de que lo natural era todo aquello que se hubiese originado sin concurrencia del trabajo humano, cuyos frutos eran considerados artificiales. En ese sentido, los ángeles y los espíritus de los fallecidos eran tan naturales como los chopos y las truchas. Además, se sentía entusiasmado por la idea que aglutinar todas las entidades naturales en un todo, la Naturaleza, Hoy, por el contrario, muchos consideran que solo lo material, lo físico, forma parte de la Naturaleza. Pues no: natural es todo aquello que no hayamos hecho nosotros.

Los objetivos de Nature eran dos: servir de foro de comunicación entre los incipientes científicos y dar a conocer los avances científicos a todas las personas interesadas al margen de sus conocimientos previos, en especial a los "trabajadores". Habiéndose convertido de un descollante activista en pro de los trabajadores, las mujeres y el medio ambiente, y en un debelador de la eugenesia y la vacunación obligatoria, los fundadores de Nature pidieron expresamente a Wallace que les enviase artículos. Así la revista nació como una inédita mezcla de activismo político e intercambio de noticias científicas. Aunque nunca abandonó su primera faceta, en buena medida fue convirtiéndose en una revista leída casi exclusivamente por científicos, dado el alto y muy especializado nivel de sus artículos.

Posiblemente, los espíritus de los fundadores, y los de Wallace y Huxley, se hayan alegrado de que Nature haya recientemente recuperado su combatividad política inicial. El título de uno de sus últimos artículos es bastante revelador: Los científicos deberían considerar la desobediencia civil. En opinión del articulista, el cambio climático plantea amenazas tan graves para nuestra supervivencia que estaría justificado que los científicos empezasen a incumplir las leyes que perjudiquen a los ecosistemas. Junto a esta especie de grito de "Científicos del mundo, ¡uníos!", Nature publica un segundo artículo no menos sugestivo: Los científicos chilenos lloran por la fallida Constitución. Varios hombres y mujeres de ciencia de Chile se lamentan de que sus compatriotas hayan rechazado, por dos de cada tres votos, la maravillosa Constitución liderada por el izquierdista Boric, que tanto habría impulsado la ciencia y protegido el medio ambiente. En la línea de Gerardo Pisarello, famoso por haber retirado la bandera española del balcón del Ayuntamiento de Barcelona, esos chilenos se preguntan por los inexplicables motivos de ese rechazo. Últimamente, algunos sectores se sienten desconcertados por no figurar a la cabeza de las preferencias ciudadanas, a pesar de sus benéficas políticas. En esa línea, algunos opinadores han devuelto a Nature a su primera juventud.

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