Tribuna

Francisco núñez roldán

Historiador

Malditos plásticos

Malditos plásticos Malditos plásticos

Malditos plásticos

Era una tarde de otoño, cuando el curso comienza. Cumplidas las tareas académicas acudí a la parada del autobús donde extrañamente sólo había una joven que comía gusanitos. Al acabar tiró al suelo la bolsa de plástico que contenía aquella chuchería infantil. Como me irrita el incivismo le llamé la atención, indicándole con amabilidad que a unos metros tenía una papelera abrazada a una farola. Su respuesta fue inmediata: "Cállate, viejo de mierda". Confieso que me acobardé. Sin embargo, me agaché, recogí no sin repugnancia la bolsa y la eché a la papelera.

Años después ciertas imágenes me han devuelto aquella escena. Es verano. A ambos lados de una carretera secundaria andaluza dos cuadrillas de trabajadores se afanan por recoger en grandes bolsas de plástico amarillo lo que conductores o acompañantes incívicos y maleducados arrojaron por las ventanillas: desde botellas de plástico, hasta latas de cerveza, envases de cartón, polietileno y aluminio, cajetillas de tabaco y algún que otro preservativo, usado correctamente supongo.

Sucede al mismo tiempo, es lunes de agosto. Algunas personas pasean al amanecer por las orillas de una playa cercana y al volver a sus casas dejan atrás una arena limpia recién rastrillada por las máquinas municipales, que han recogido toda la basura, bolsas, botellas, platos y vasos de plástico, que muchos veraneantes ocasionales han abandonado la jornada del domingo sobre la arena. A la vista de ese deplorable escenario en medio de un paisaje natural, donde la tierra se encuentra con el mar, podría ser tentador apoyar la guerra iniciada por National Geographic contra los plásticos.

Desde principios de este año, la edición en español de esta excelente revista de divulgación científica ha incluido, en el ángulo superior izquierdo de la portada de todos sus números, la disyuntiva "Planeta o plástico", que resume simplificadamente esa lucha a la que organizaciones ecologistas, el nuevo capitalismo ecoverde y un país tan irrelevante como Bahamas, se han sumado. Sus intereses tendrán. Sin embargo, el dilema ético que propone la revista es falaz, tramposo y desproporcionado.

Primero porque se trata de una disyuntiva que implica una relación excluyente entre dos elementos que no guardan proporción entre ellos, porque son heterogéneos y de naturaleza distinta (es como si en el desayuno te dan elegir entre una manzana y una pelota de béisbol, ambas son ovaladas pero la primera es fruta y la segunda no hay quien se la coma); porque el planeta solo es comparable con otro igual que hasta el momento está por descubrir. Porque el plástico solo es comparable con otro material cuyo uso pueda ser similar: cristal, madera, textil, aluminio y látex. Porque se hace del plástico el mal materializado, un demonio con cuernos y rabo al que hay que expulsar del paraíso, a pesar de que sus virtudes (su precio y el ahorro de recursos naturales) y sus propiedades industriales y comerciales sean indiscutibles.

Es verdad que se producen en el mundo alrededor de 340 millones de toneladas anuales de objetos plásticos necesarios para la industria, el comercio o la agricultura, proporcionando miles de puestos de trabajo y facilitando nuestra vida cotidiana. Pero también es verdad que se genera un volumen equivalente de residuos, muchos de los cuales acaban en el mar. Sin embargo, los plásticos son objetos inanimados que no han llegado hasta allí volando o caminando: alguien los ha tirado, o no han sido recogidos por las instituciones que se encargan de ello, o no se han reciclado, reparado o reutilizado para su uso posterior como aconseja la economía circular.

Reciclar o no reciclar, ser cívico o incívico, responsable o irresponsable, esas son las disyuntivas que hay que proponer. O incluso reciclar lo no reciclable, convirtiendo los residuos plásticos en un producto de valor, tal como titulaba la propia revista en su número de octubre anunciando que una empresa californiana desarrolla tecnologías exclusivas de reciclaje químico para transformar plásticos irreciclables en valiosas sustancias químicas industriales, utilizadas en la fabricación de coches, aparatos electrodomésticos y productos textiles y de limpieza.

Mientras tanto, tendremos que seguir apelando a la educación cívica y ambiental como herramienta para transformar al hombre, siguiendo los preceptos humanistas del Renacimiento. Y ese proceso comienza en casa y en la escuela. Porque, parafraseando a Clinton, el problema no son los plásticos, es la educación.

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