Tribuna

Antonio porras nadales

Catedrático de Derecho Constitucional

Lucecitas

El cambio de orientación en España, al servicio de las ambiciones de poder de Zapatero, demuestra en qué modo un partido puede perder la coherencia de su ideología

Lucecitas Lucecitas

Lucecitas / rosell

Esta parece ser la más brillante aportación de la actual clase gobernante en España: y ahí está la famosa iniciativa de Abel Caballero, el alcalde de Vigo, para hacer de su ciudad un foco espectacular de luces de colores cuyo resplandor, según dicen, se puede divisar desde lo alto de los rascacielos de Nueva York, al otro lado del Atlántico. El alcalde Abel Caballero se ha colocado así en la avanzadilla de la vanguardia mundial, y su ejemplo es hoy conocido y admirado en todos los rincones del planeta.

Seguramente es el signo de los tiempos, porque al final esto sería lo único que les queda por hacer a nuestros gobernantes: llenarnos el entorno de luces de colores para que así la triste realidad quede ocultada y camuflada, como algo imperceptible o inexistente. Por supuesto, hay que reconocer que se trata de una iniciativa destinada a tener futuro: porque las próximas generaciones -o sea, los que ahora son niños- recordarán para siempre esta apabullante y luminotécnica muestra de liderazgo y buen gobierno. Y de este modo nuestros gobernantes conquistarán cifras crecientes de popularidad en nuestro país, a base de lucecitas de colores.

Hay que recordar que Abel Caballero no es ningún advenedizo: al contrario, es alguien que forma parte desde hace tiempo del núcleo más característico del PSOE español. Forjado en la generación inmediatamente anterior, cuando el felipismo y el guerrismo; pero capaz al mismo tiempo de renovar su liderazgo cada cuatro años con el firme apoyo de su electorado. Todo un ejemplo de gobernante solvente y actualizado, con el suficiente fuelle para cabalgar en los nuevos y "juveniles" entornos, para superar acechos y emboscadas, y para acabar dejando la huella imborrable de su brillante acción de gobierno en forma de innumerables lucecitas de colores.

Es también alguien que pudo contemplar desde primera línea cómo el PSOE de Zapatero perdía el norte durante la primera década de este siglo, al decidir aliarse con las derechas nacionalistas. Recordemos que durante esa misma época en Italia, ante una tesitura similar, la izquierda decidió apostar por la igualdad y la solidaridad territorial frente a las pretensiones de la derecha de introducir un regionalismo asimétrico con el apoyo de Berlusconi y de la Liga Norte; lo que se resolvió en el referéndum de julio de 2006.

El cambio de orientación en España, al servicio de las ambiciones de poder de Zapatero, demuestra en qué modo un partido puede perder la coherencia de su ideología y su línea política, renunciando a los valores que son propios de la izquierda. Lo que se dice perder la brújula. O sea, cuando se empezó a joder España. Y si los gobernantes pierden el norte, sólo quedan las lucecitas. Y la memoria histórica. Y así, con tanta explosión de colores, los españoles sólo necesitamos que el Gobierno nos reparta gratuitamente las vacunas para entrar en un horizonte de felicidad colectiva.

El ejemplo no es ni frívolo ni circunstancial. Desde hace tiempo la acción de Gobierno se configura como una simple cuestión de luces de colores: menos mal que Donald Trump no se dio cuenta a tiempo. La estrategia con que pretenden operar nuestros gobernantes constituye un proyecto virtual destinado a desplazar de nuestro entorno todo tipo de desgracias, para remontar hacia un nivel más elevado y lleno de felicidad. Y si nuestra percepción de la realidad está cargada de lucecitas, no habrá lugar para percibir el lado oscuro de las cosas y nuestros espíritus se elevarán, limpios y agradecidos, hacia un plano de bienestar colectivo.

Las lucecitas son el más precioso instrumento de gobierno para nuestra actual sociedad, inmersa en el apogeo de lo audiovisual y en la apoteosis de la gobermedia, a través de la cual nuestros gobernantes derraman sus proyectos de felicidad sobre el entorno. Un cambio que comenzó hace ya más de medio siglo, en los tiempos de Guy Debord, el autor de La sociedad del espectáculo e impulsor de un movimiento llamado situacionismo, hoy casi ignorado o desconocido: desde el momento en que el valor de las cosas no se determina ya por el valor-trabajo acumulado, como decía la venerable teoría de Carlos Marx, sino por su mero envoltorio, la frontera entre la realidad y la apariencia comienza a diluirse de forma progresiva. Y así vamos avanzando, rodeados de lucecitas de colores, mientras se van debilitando nuestras instituciones.

El éxito de Abel Caballero es la confirmación del nuevo estilo de gobierno, que nos sitúa en la definitiva pista de despegue para el siglo XXI.

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