Tribuna

josé antonio gonzález alcantud

Catedrático de Antropología

Holanda y nosotros

Holanda y nosotros Holanda y nosotros

Holanda y nosotros / rosell

Los Países Bajos, sabido es, tienen una vieja historia en común con España, que retorna cada equis tiempo. Habitamos como fantasmas por cuenta de las humillaciones históricas. La guerra de los Balcanes de los noventa puso de manifiesto cómo la memoria y sus usos conlleva abusos, las más de las veces fundados en viejos, y sólo formalmente apagados, rencores. Una parte de la élite holandesa sangra aún por el siglo XVI antiespañol, a través de la figura trágica de Guillermo de Orange. Fácil es entender que los estereotipos retornen en el interior de la Unión Europea. Ahora el reino de los Países Bajos se ha destacado en su deseo instituirse en tribunal económico y político del sur de Europa.

Desde hace años me debato en una doble percepción de Holanda, entre las puertas que me han cerrado en mis narices en los autobuses urbanos neerlandeses al comprobar que era español, y el ser un país fundamental para entender Europa como hogar de libertades. Reforzando la anterior lectura antipática se une el que en Ámsterdam en particular radicaron la mayor parte de las bolsas de materias primas y alimentarias del mundo. Desde principios del siglo XVII en su lonja se cotizaron desde el precio del arroz o el algodón hasta los metales y gemas preciosos, con efectos perversos en partes tan alejadas del mundo como el Pacífico o Indochina. Nada baladí. Como tampoco comprobar ahora que, al igual que si fuesen los escaparates impúdicos del barrio rojo de Ámsterdam, tras cada puerta se ve asomar un cúmulo de ordenadores, tan llamativo que me hace pensar en jugadores frenéticos de bolsa.

Como botón de muestra más cercano, hace años pude comprobar en Expo Agro Almería, que el mercado de la investigación agraria, de semillas resistentes a las plagas, dependía entonces de laboratorios holandeses. Tipos rubios vendían las semillas modificadas a principios de los noventa a los agricultores de El Ejido y Níjar. Sin ellas, modificadas cada anualidad para parar las plagas, la cosecha se podía dar por fracasada, y las deudas contraídas con los bancos impagadas. Quizás asuntos pasados como el del príncipe de Orange.

Empero, también hay otra Holanda, la que más me interesa: la de los provos. En los años sesenta, antes del célebre 68, se prodigaron por Ámsterdam unos jóvenes bohemios que cuestionaban el sistema existente con humor e ingenio. Su ideólogo era Van Duijn. La primera vez que oí hablar de los provos fue a un ácrata granadino, hombre tranquilo que paseaba su perrito de aguas, entraba en las tabernas a soplar un poco de vino poético, que se llamaba Antonio Rodelas. Lo queríamos todos. Antonio me contó algo que a mí me fascinó: que lo había detenido en Ámsterdam en una manifestación organizada por unos sujetos llamados "provos". Estos, provocaban a la policía -¡eh,toro, eh torooo!-, y cuando esta llegaba enfurecida se encaramaban en los árboles, de los cuales tenían que bajarlos uno a uno. Él se quedó bajo aquellos árboles sin poder o saber qué hacer, y fue detenido. Estos provos tuvieron dos campos de batalla iniciales: la lucha contra el tabaco -¡oh, gran modernidad! - y la entrega de bicicletas gratis a quien quisiese utilizarlas. Esto último fue el acabose, en una ciudad congestionada entonces por los atascos de automóviles. Los viejos conocidos de la policía los persiguieron como terroristas, ¡por prestar gratis bicicletas! Hoy día, nadie podría entender Ámsterdam sin sus bicis, modelo que se ha ido imponiendo en las medianas y pequeñas ciudades de todo el mundo. Finalmente, lo provos se metieron con lo más sagrado, la monarquía, y organizaron una acción contra el matrimonio de la princesa Beatriz con un antiguo oficial nazi. Fue su última gran batalla, en 1966, y la única que puede ser considerada como propiamente política.

De todo ello, daremos próximamente cuenta un grupo de escritores refractarios en un libro titulado Europa y la contracultura, en la que planteamos que Europa no se puede comprender sólo con sus instituciones comunitarias, sino a través de las pulsiones contraculturales que han emanado tras la Segunda Guerra mundial de ella, constituyendo una verdadera interzona de libertad sin parangón en el mundo. De esta manera queremos cerrar la injusta lectura de una Europa concebida sólo como potencia imperialista, y vindicarla como espacio de libertades.

De ahí, que Holanda, sinécdoque de los Países Bajos, siendo fundamental en la construcción de Europa, no puede ofrecer ante nosotros y ante el mundo sólo la carta de los cuadros de ricos avaros de El Bosco, Rembrant o Teniers, contando y guardando obscenamente sus monedas. Debe acercarse más a los paisajes carnavalescos del flamenco Brughel el Viejo, donde el dispendio y la generosidad se asemeje más a un provo, que siempre más cercano a un hombre del Sur.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios