Tribuna

Francisco núñez roldán

Historiador

Felicidades

Ante la sensación actual de que la vida es paradójicamente más insatisfactoria cuanto mejores son las condiciones materiales, la dicha de Cardano es un fin asequible para los hombres

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Felicidades / rosell

No hay palabra y deseo que más se repita estos días. Desde laÉtica y la Retórica de Aristóteles, pocos asuntos han ocupado más páginas en los tratados de filosofía moral y en la literatura que la felicidad, el único fin de la existencia humana. Ser feliz ha sido el anhelo de todos los hombres de todas las épocas. Para el filósofo griego la tarea requería una virtud perfecta capaz de sortear la fortuna, y una vida entera, lo cual hacía de la felicidad una quimera o un proyecto siempre inacabado. Los pensadores del Humanismo cristiano proporcionaron una alternativa desde la religión: no hay felicidad en esta tierra, el Sumo Bien es Dios y la felicidad consiste en su contemplación.

En cambio, para L. Valla y los utopienses de Moro, el placer de los sentidos, como razón de vivir, la voluptas, es un bien que se busca sin cesar y que consiste en un deleite del cuerpo y del alma. Esta mirada hacia la propia individualidad, caracterizó el pensamiento y la acción de muchos hombres del Renacimiento y se extendió a lo largo del tiempo a toda la cultura occidental. No obstante, simultáneamente, se apuntó un camino intermedio, un saber vivir entre el placer y el dolor que constituye la vida. Cuando ya envejecía, G. Cardano resolvió la imposibilidad de lo absoluto proponiendo un término relativo: la dicha, como el fruto de vivir la vida gozosa y libremente.

Su objeto no era nebuloso, porque supo qué deseaba y lo explicitó en Mi vida: "El reposo, la tranquilidad, la templanza, el orden, la risa, los espectáculos, el trato con los demás, la contención, el sueño, los paseos, la meditación, la crianza de los hijos, el cariño de la familia, el matrimonio, la memoria bien ordenada de nuestro pasado, las audiciones musicales, el recreo de la mirada, la libertad, el dominio de sí, los perrillos, la práctica de alguna habilidad que dominamos bien; y elegir un lugar para vivir, porque las tierras cobijan hombres dichosos, no los hacen".

Cardano se consideraba dichoso porque aceptó lo que tenía, se adaptó a las circunstancias, conoció sus limitaciones, y eligió cómo vivir, escogiendo lo mejor de todas las cosas que tenía a su disposición; y a esas las quiso y las ambicionó apasionadamente, "poseyéndolas del modo mejor, pues una cosa es poseer, otra que lo que se posea sea lo mejor y otra que se posea del modo mejor, es decir, a la perfección".

La Ilustración modificó la sustancia de la felicidad individual y volvió a redefinirla, haciendo creer a los hombres que se trataba de un derecho inmediato, terrenal y calculado, fruto del ejercicio de la libertad individual, sólo limitada por la libertad de los otros. Y proporcionó una idea revolucionaria: la exigencia de una felicidad general fruto de la acción política del Estado. Sin embargo, por haber establecido la felicidad o su búsqueda como un derecho explícito jurídicamente, la insatisfacción de sus expectativas solo ha generado frustración, ansiedad, inquietud y tristeza.

En La muerte feliz A. Camus responde sólo parcialmente al sentido de esa frustración estableciendo una relación entre tiempo y felicidad: el rico Zagreus indica a Mersault una forma de escapar de la rutina: "Sólo se necesita tiempo para ser feliz. Mucho tiempo". Mersault asesina al rico, le roba y con el dinero ocupa su tiempo en ser feliz. Pero sólo la muerte le trae la paz que busca. Años después, para resaltar lo absurdo de la búsqueda de lo absoluto, el pensador francés se pregunta cuál es la verdad de nuestra existencia y pone en boca de su Calígula una trágica conclusión: "Los hombres mueren y no son felices". Y no parece muy distinta la tesis reciente de Savater según la cual, desde una perspectiva ética, la felicidad es un objeto "perpetuamente perdido, a la deriva".

Ante la sensación actual de que la vida es paradójicamente más insatisfactoria cuanto mejores son las condiciones materiales, la dicha de Cardano es un fin asequible para todos los hombres. Y tiene que ver con la vida interior de cada uno, con el equilibrio entre lo que soñamos y lo que alcanzamos. Hay en ella y en sus formas mucho de resignación y de alivio, de pragmatismo, de aceptación de lo incomprensible del mundo y su laberinto, del duro trabajo de vivir. Por eso, cuando se oye decir: "los días nos arrollan y se nos va quedando atrás lo mejor", pienso que se trata de un preludio de rebeldía necesitado de resolución. Ya no solo se trata de ser dichoso alcanzando "lo mejor", sino de ser libre, esto es, de disponer de tiempo para ser ambas cosas. ¡Vivamos!

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