Tribuna

fRANCISCO NÚÑEZ ROLDÁN

Historiador

Evasión, adoctrinamiento e indiferencia

En 1654, J. Barrionuevo insistía en las insolencias de los políticos que "irritan a los hombres a que hagan lo que no han de hacer", es decir, a rebelarse

Evasión, adoctrinamiento e indiferencia Evasión, adoctrinamiento e indiferencia

Evasión, adoctrinamiento e indiferencia / rosell

Dice Pierre Vilar que las obras maestras tienen una fecha que no cobra todo su sentido más que en el corazón de la Historia. El Quijote es una de ellas porque expresa la decadencia del poderío español en Europa entre 1598 y 1620. Sin embargo, el historiador advierte de que no se hallará en la obra una descripción de los hechos de ese periodo, sino un desmontaje de los mecanismos de la decadencia: "El declive de una sociedad gastada por la historia y la primera gran crisis de duda de los españoles".

Su interpretación parece coincidir con los hechos: las dudas y el desgaste tuvieron que ver con la política imperial de Carlos V y las consiguientes bancarrotas del Estado. Pero Cervantes no pretendió hacer una crónica política de su tiempo. Entretejió con un genial sentido del humor las aventuras del hidalgo loco y el escudero ocioso invitando al lector a una evasión de aquel trágico final. Porque de las causas de la crisis ya se ocupó en 1558 el contador Luis Ortiz y después G. de Cellorigo cuyo Memorial se publicó en 1600.

Tanto Cellorigo como Cervantes coinciden en apuntar a una suerte de locura social como la expresión de todos los males: el arbitrista denuncia que "no parece sino que se han querido reducir estos reinos a una república de hombres encantados que vivan fuera del orden natural". Don Quijote, por su parte, extrae de los libros de caballería una versión idealizada de la historia gloriosa de sus antepasados que le desvincula de una realidad dolorosa; y Sancho, arrastrado por su amo, también se evade, renunciando al trabajo de la tierra, soñando con imitar la vida de los hidalgos, pretendiendo el gobierno de una ínsula que solo existe en su imaginación.

Después, y solo después, de la publicación del Memorial y el Quijote, la historia de Europa y de España en el siglo XVII se presta a considerar seriamente el vigoroso nacimiento de una nueva cultura política que trastorna el orden conocido. En La cultura del Barroco J.A. Maravall sostiene que se tomó conciencia de que las cosas no marchaban bien, de que la sociedad no funcionaba "al modo ordinario", pues se complicaron las relaciones de grupo a grupo, de hombre a hombre. Surgieron alteraciones en lo que estos deseaban, en lo que esperaban, en lo que hacían, impulsados por ese sentimiento de que las cosas habían cambiado.

¿Cuál era la raíz del problema? Para un anónimo de 1621 "el descuido de los que gobiernan es sin duda el artífice de la desventura y puerta por donde entran todos los males y daños en una república y ninguna, pienso, la padece mayor que la nuestra por vivir sin recelo ni temor alguno, fiados en una desordenada confianza…y la situación de España es grave y triste". En 1654, J. Barrionuevo insistía en las insolencias de los políticos que "irritan a los hombres a que hagan lo que no han de hacer", es decir, a rebelarse. Esa desordenada confianza en que nada cambiaría (como ocurre actualmente) constituía un peligro en sí misma y se trataba de una advertencia, pues a muchos la monarquía de España (o la democracia en nuestro caso) les parecía eterna por su grandeza.

No obstante, para encubrir la crisis y resolver las inquietudes populares provocadas por las acuñaciones masivas de cobre, la corrupción política, el descrédito exterior, las carestías y el hambre, se puso en marcha una nueva estrategia cultural de adoctrinamiento de las masas, pretendiendo reconducir esas inquietudes e interviniendo sobre las novedades, pues "los reinos se mudan, mudándose las costumbres". El plan consistió en "apariencias de dulzura y confianza de palabras": comprar la voluntad de los más ilustres escritores (Lope entre ellos), cuyas obras defendían la obediencia y la subordinación a los gobernantes aunque fuesen tiranos. Y también la de los artistas y los dramaturgos que respondieron glorificando la majestad del poder invitando al espectador a no dudar ni preguntar.

Aquel programa cultural de conducción de las masas tuvo tal éxito que lo adoptaron los totalitarismos del siglo XX y las democracias de hoy, interesadas en el ciudadano como mero consumidor electoral: basta conocer a los hombres y dirigir sus deseos y sentimientos con las nuevas herramientas de entretenimiento y distracción, como la televisión y las redes sociales, que han sumido a los ciudadanos en la ignorancia y la indiferencia política. La consecuencia última es que la democracia está en peligro porque su fundamento que es la libertad ha sido premeditadamente desnaturalizada.

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