Tribuna

Tomás navarro

Periodista y arabista

Economía para una guerra

Economía para una guerra Economía para una guerra

Economía para una guerra / rosell

Cuando Trump accedió a la Presidencia lo hizo aupado por su doctrina no intervencionista en política exterior y prometiendo no apoyar ninguna guerra en Oriente Próximo. Conforme su Administración comenzó a ejercer el poder global todas y cada una de las reglas establecidas por su antecesor, Barack Obama, así como del Partido Demócrata, han sido borradas del mapa y cada concepto continental en su juego de alianzas transformado.

Respecto al pacto alcanzado con Irán, donde Europa está presente, el impredecible presidente norteamericano dejó de reconocerlo, saliéndose del mismo, pese a estar cumpliendo Irán todos sus compromisos. Este cambio entronca con la visión -relegada por Obama- del Gran Oriente Próximo, que los republicanos de George W. Bush, impusieron al Pentágono para atacar a Iraq sin motivos que lo justificasen. Las mentiras de Estado, una alianza extraña y la propaganda engañosa sobre un armamento que jamás existió, han dejado a Iraq como otro Estado fragmentado, fallido y sembrado de tanta inestabilidad que el yihadismo terrorista llegó a formar (con la misma inestabilidad sobre Siria) un Estado Islámico en ambos territorios que ha contaminado a medio mundo. Los EEUU de Obama trasladaron tropas desde Oriente Medio a otras latitudes de Asia Oriental donde la amenaza norcoreana le era más evidente que la iraní, encajada dentro de un marco internacional acordado y donde su programa nuclear quedaba supervisado correctamente ¿Porqué lo que firmó Obama no le vale ahora a Trump?

De no intervencionista y no querer guerrear en el Oriente Próximo, el Washington de Trump ha pasado a incorporar las líneas prebélicas que diseñaron los halcones republicanos del presidente Bush hijo contra el Iraq de Sadam Husein apuntando ahora contra Irán. La "campaña contra Irán" es posible gracias a los fichajes que el magnate-presidente ha incorporado a su administración, donde los halcones que diseñaron las mentiras de Estado contra Iraq han sido fichados al mando de la Casa Blanca procedentes de dos áreas muy sensibles para Donald Trump: el lobby sionista en EEUU y el lobby medieval saudí dispuesto a pagar lo que haga falta para dejar a Irán en la edad de piedra. Conviene recordar que estos dos últimos países han adquirido armamento de última generación procedente de EEUU y valorado en medio billón de dólares, donde una parte del mismo ya se ve en el desgaste saudí contra los yemeníes, una guerra soterrada que como las placas tectónicas chocan en Yemen tanto bajo la presión saudí como la iraní; un nuevo Afganistán en sus peores días de guerra.

Para Irán una guerra contra EEUU sería su gran desastre nacional. El viraje de Trump pasando a criminalizar de nuevo a Teherán y rodeándolo de 36 bases militares con el añadido de las que mantiene en Iraq, junto con Israel en el Kurdistán iraquí -de hecho independiente frente a Bagdad- y las 15 nuevas que ha montado en suelo sirio -como Israel en el Golán ocupado- adivina una política de hechos consumados que busca la ruptura de Irán en miniestados enfrentándolos entre sí. La estrategia política se basa en el hecho de que los persas como tales son el 40% de una población total de 80 millones de iraníes, el restante 60% procede de otras etnias y credos que la unidad islámica iraní mantiene lejos de adquirir poderes autonómicos o regionales propios. Sobre esta carencia, los dirigentes del partido de la guerra en torno al presidente de EEUU pueden diseñar una celada que justifique ante su opinión pública un ataque a fondo contra la República Islámica de Irán, garantizándose con su fragmentación, similar al modelo ex yugoslavo, que Irán deje de ser un estorbo para la alianza entre Washington, Tel Aviv y Riad. Sólo con bajas militares propiciadas por un ataque iraní, Trump, podría reabrir la Caja de Pandora justificándose con que "no le dejan otra opción".

Para Teherán las sanciones continuadas que ahogan su economía son un peligro en dos direcciones. Una en su interior social y laboral donde las sanciones de EEUU, que también afectan a los Estados que comercien con Irán, pueden encender la chispa de los disturbios en un país que se empobrece; y otra desgastar al Gobierno iraní, moderado dentro de su marco islámico, potenciando con su erosión a los sectores más intransigentes. Teherán es consciente de que su resistencia frente al ímpetu del embargo comercial le limita notablemente el campo económico y lo último que desearía es una guerra cuya inestabilidad puede surgir también fuera de sus fronteras, dígase Iraq, dígase Siria o Líbano. Incluso en Venezuela o cualquier otro Estado donde sea posible montar un atentado contra tropas norteamericanas y que señale como autores a los iraníes. Con una diplomacia inexistente entre Washington y Teherán, una Europa despistada que cede terreno a Trump y la alianza espartana del Israel de Netanyahu y la Arabia Saudí del presunto cerebro del asesinato del periodista Khashoggi, el príncipe heredero, Muhammad Ibn Salman, abren la puerta a cualquier tipo de circunstancia sobrevenida que provoque la chispa. Antes de ello se suele montar una "alianza internacional" que propague el furor patrio para un ataque como ya vimos en Iraq o Libia y por poco contra Siria. Los emisarios de Trump ya andan en ello. La economía para una guerra ya tiene todos los ingredientes solo hace falta la necesaria provocación.

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