Tribuna

JOSÉ JOAQUÍN CASTELLÓN

Profesor de Ética del Centro de Estudios Teológicos y sacerdote diocesano

Compasión homicida

Compasión homicida Compasión homicida

Compasión homicida / rosell

Una hoja en los ojos, no deja ver la montaña de Taishang". Me ha venido a la memoria este refrán chino ante la propuesta de ley del Partido Socialista para regular legalmente la eutanasia. La montaña de Taishang forma parte de uno de los paisajes más hermosos y conocidos de China. Tiene el honor de ser una de las 5 montañas sagradas en la cultura china, a donde pensadores y filósofos fueron para encontrar el manantial profundo del saber que necesitaba en su momento histórico el "país del centro", que es como los chinos llaman a su país. Un pequeño número de casos de personas que pueden solicitar el suicidio asistido pueden opacar una inmensidad de sufrimiento y deshumanización que provocaría la promulgación de esa ley. La situación de algunas personas a las que su enfermedad les hace imposible la vida parece ocultar la montaña de sufrimiento y de angustia que va a provocar a otros enfermos y a muchos ancianos. Legislar pensando en una minoría, olvidando los daños que van a tener que asumir la inmensa mayoría de los que lleguemos a tener una enfermedad de prolongada discapacitación creo que es poco razonable. Legislar obviando el misterio inalienable que significa la dignidad de la persona creo que es muy peligroso.

Toda ley de eutanasia para enfermos dependientes tiene importantes efectos no deseados. El más terrible de todos es que cuando se concretan las circunstancias que justificarían la "ayuda" al suicidio se echa en los hombros de esos enfermos el peso de su propia vida. Cada vez que tengan que lavarlo, cada vez que vean el trabajo que representa para sus familiares, cada vez que se desvelen en la oscuridad de la noche, se plantearán la disyuntiva de si no sería mejor acabar ya con su vida. Es inhumano que una persona tenga que soportar el peso de su propia existencia. Toda persona tiene el derecho a contar con la certeza de que su vida es un absoluto, que ninguna discapacidad, ninguna enfermedad, ningún problema que tenga le quita valor a su propia vida. Hacer el cálculo sobre cuándo la "calidad de vida" de una persona concreta es tan baja que ya puede no merecer la pena vivirla es terriblemente inhumano. El enfermo puede pensarlo, pero todos los demás tenemos la obligación de decirle con convicción que se equivoca profundamente, que cada persona y especialmente los más débiles aportan mucha humanidad a nuestra humanidad, que aportan una interpelación insustituible a la solidaridad en nuestra sociedad; por eso, todos -sobre todo el sistema legislativo- tenemos el deber de salvaguardar el respeto a la dignidad de la vida de los más débiles.

El suicidio, desde un punto de vista ético, puede justificarse -así lo hacían los estoicos, así lo creyó Sócrates-; no quiero entrar ahora en esa valoración moral. Pero una ley de la eutanasia siempre será inhumana. La decisión del suicidio se da en situaciones extremas, y en la mayoría de los casos por ofuscación de la propia razón que no ve más que oscuridad y tiniebla en la propia vida. Una ley de eutanasia se hace en la serenidad de un Parlamento que dictaminará en qué casos la vida de una persona ya no tiene dignidad absoluta.

En nuestro país son los dos colectivos que están más cerca de los enfermos terminales los que se oponen a este tipo de legislación: los profesionales sanitarios y los agentes de pastoral hospitalaria. La ofensa que los impulsores de la ley de la eutanasia hacen a los médicos es infamante. Les acusan de tener ocultos intereses de investigación para poder seguir encarnizándose terapéuticamente con los enfermos. Ese tipo de acusación, indiscriminada y general, descalifica a quienes la hacen. Con la Iglesia las críticas están siendo menos corrosivas, seguramente porque ya se da por hecho que en nuestra sociedad las posturas eclesiales se pueden descalificar por su mismo origen. Vienen a decir que si los creyentes creen que la vida es un don de Dios, que ellos no se acojan a la posibilidad que le ley ofrecerá a todos los ancianos y los enfermos. La religión, vendrían a decir, no debe influir en la configuración social de un estado laico. Este tipo de argumentación olvida que si Occidente se configura en estados aconfesionales es por la opción que tomaron "los teólogos cristianos contra el derecho religioso, requerido por la fe en la divinidad y que los puso de parte de la filosofía, reconociendo a la razón y la naturaleza, en su mutua relación, como fuente jurídica válida para todos" (Benedicto XVI, 2011, ante el Parlamento alemán). Es decir que las opciones morales de los creyentes se fundan en la naturaleza y la razón que Dios creó, pero que todos compartimos. Cuando la Iglesia contempla un proceso social como degradante y negativo es porque destruye al hombre y, por eso, va contra la voluntad de Dios. Dicho llanamente, lo malo no es malo porque Dios lo prohíba; Dios lo prohíbe porque es malo.

Una ley que regule la eutanasia irá contra los derechos de los más débiles, y minará la incondicionalidad de la dignidad humana, fundamento del derecho y la cultura de nuestra civilización. Por eso es necesario rechazarla.

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