Tribuna

Rafael Rodríguez Prieto

Profesor de Filosofía del Derecho de la UPO

Arrogancia y política

La arrogancia exige impunidad y entre las oligarquías autonómicas se justifica gracias a un tejido clientelar que permite su subsistencia

Arrogancia y política Arrogancia y política

Arrogancia y política / rosell

Cuarenta años de concesiones sin límite al nacionalismo y resulta que España es un país totalitario. Hay que felicitar al bipartidismo. Se dice que la muestra más evidente del pérfido centralismo español son unos presupuestos cuya aprobación depende de un partido vasco que decide su apoyo en función de lo acontecido en Cataluña. Nos comparan con la Turquía de Erdogán o la Rusia de Putin. Ya puestos, ¿por qué no con la URSS de Stalin? Si se trata de tener un modelo, no nos quedemos a medias. Y todo ello porque hay demasiados españoles que emplean subvenciones y tiempo en perpetuar la leyenda negra o en solazarse en una acomplejada visión del mundo donde lo de fuera es siempre mejor y más democrático. La falsa izquierda vive, en bucle, dentro de una película de Antonio Ozores, donde los extranjeros eran más altos y guapos, y las extranjeras, más rubias. Con estos mimbres, no resulta raro que padezcamos una oligarquía autonómica tan arrogante como displicente, que usa a la progresía nacional como chicos para todo.

La detención de Puigdemont es sólo una consecuencia de esta arrogancia. Probablemente, no se lo creyó hasta que un policía germano le indicó el camino al coche patrulla. Se suponía que inteligencia y española eran una contradicción. Se pensaba que cualquier Estado libre y europeo se negaría a atender los requerimientos de un país serigrafiado en un cuadro de Valdés Leal. Un Estado que les permitía hacer lo que les venía en gana, era un paquete que caería en el primer asalto. No en vano son los arios del sur de Europa. España no les llega ni a los tobillos. Por eso, el presidente del Parlamento autonómico ha dicho que Puigdemont no tiene que dar cuentas de nada y a nadie. Pertenece a ese grupo de dirigentes a los que sólo juzga la Historia. La impunidad es siempre hija de la soberbia. No le falta razón a Arrimadas cuando nos advirtió que la próxima reivindicación nacionalista será decretar quién va a la cárcel. Es evidente que el objetivo es colocar a sus propios jueces, como se prevé en la Ley de Transitoriedad. Les falta el brazo judicial pujolista.

Pero no nos vayamos lejos. La arrogancia de los nacionalistas recuerda mucho a la que emplean los encausados en el juicio de los ERE. ¿Pero cómo se les ocurre a unos simples mortales con puñetas juzgarnos? En varias ocasiones, los magistrados han tenido que recordarles que estaban en un tribunal de Justicia. Cualquiera que critique al Partido se sitúa contra Andalucía. Y si no, que se lo pregunten a Spiriman. Se propuso desmentir el gran mito del Partido social y evidenció la creciente ola de privatización o la falta de inversión en sanidad. Hoy ha sido silenciado y machacado. Para que cunda el ejemplo. ¿La sanidad andaluza? Superguay como dicen en la Banda de Canal Sur.

La arrogancia exige impunidad. Entre las oligarquías autonómicas se justifica gracias a un tejido clientelar que permite su subsistencia en un contexto de sistemas electorales injustos. Ninguna institución regional está exenta de su influencia. Desde su deformado enfoque, el Poder Judicial debería reducirse a sillones repartidos entre partidos cuando se elige el CGPJ. Las elecciones legitiman todo. El cumplimiento de la ley es cosa de pobres, como la inmersión lingüística. No judicialicemos, repiten. A esta idea se suman entusiastas el sanchismo y el podemismo, ambos enfermedad infantil del zapaterismo.

Diálogo y política, exclaman. La verdad es que tanto PSOE como PP están deseando negociar lo que sea para que se tranquilicen, no les vaya a sentar mal el almuerzo. Ya se decía que lo de ETA sólo se arreglaba negociando. Lo de aplicar la ley era un incordio. Sin embargo, Policía y Guardia Civil demostraron lo contrario. También ayudó la ilegalización de sus sucursales políticas. En su día, muchos alentaron de la idea de que esta ilegalización generaría algo peor que la caída de cualquier estación espacial china sobre la Puerta de Alcalá. Pero no sucedió nada. Más bien, ayudó a combatir el terrorismo. Se repite la historia. Hay que darles una salida, negociar con aquellos que han hecho del golpismo, la exclusión o el insulto a catalanes desafectos y resto de españoles su principal argumento político. Esta oligarquía cuenta con palmeros de lujo. UGT y CCOO, sindicatos antaño de clase, hoy, para algunos, de saldo, reducidos a comparsas de los ERE o de la rancia burguesía del 3%.

El duopolio televisivo anuncia compungido tensión en las calles. Golpear a chicas con la camiseta de la selección española no es tensión, sino provocación… de ellas. Será que cuando uno no se arrodilla ante el nacionalismo es un provocador o un fascista. Pronto todos seremos fascistas, menos ellos y sus amigos de la extrema derecha flamenca, italiana, británica o alemana.

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