Una victoria contundente y con consecuencias

La contundente victoria por mayoría absoluta del Partido Popular en las elecciones del domingo 19 de junio consolida la alternancia en Andalucía, supone el respaldo espectacular a propuestas políticas transversales y centradas y abre un nuevo ciclo en la política nacional, caracterizado por tres importantes derrotas del presidente Sánchez en comunidades de vital importancia: Madrid, Castilla y León y, ahora, Andalucía. Los resultados premian al mismo tiempo el liderazgo tranquilo del presidente Juanma Moreno y consigue una aprobación mayoritaria a su gestión.

Los escaños obtenidos por el PSOE de Andalucía vienen a confirmar la falta de sintonía de esta formación con la mayoría ciudadana, un proceso iniciado hace algunos años en los ámbitos urbanos y ahora expandido en el rural, acrecentada en esta ocasión por la estrategia seguida en la campaña, el desconocimiento del candidato y el erróneo y desastroso enfoque diseñado en la Moncloa. Agitar el fantasma de Vox ha sido interpretado en sentido contrario al que pretendía el Gobierno; es decir, una artimaña de Sánchez para ahuyentar el voto del PP ante la eventualidad de un pacto con Vox y no una intención sincera de articular una política eficaz para debilitar a la extrema derecha. Vistos los resultados se puede concluir que Sánchez y sus ministros han sido agentes electorales de alta eficacia para trasvasar votos de la extrema derecha al Partido Popular, como sufragio útil. Vox prácticamente se ha quedado lejos de ciertas expectativas anunciadas. El apoyo a este partido de un número considerable de votantes, de un tiempo a esta parte, merece una reflexión seria y no despacharlo como una conversión súbita al autoritarismo de millones de españoles.

La desaparición de Ciudadanos era la noticia de una muerte anunciada porque la polarización de la vida política española exige desgraciadamente posiciones fuertes. El desastre de las formaciones a la izquierda del PSOE, representadas por una sopa de siglas, ininteligibles para un ciudadano normal y unos programas caducos y antiguos era también algo cantado. La formación de Gobierno y la investidura con estos resultados ahorran al PP la trampa que le querían tender desde distintos frentes por si pactaba con Vox. Los exiguos resultados de toda la izquierda deberían merecer de sus dirigentes alguna reflexión intelectual. Las elecciones andaluzas también tienen una lectura a nivel nacional. La estrategia del presidente Sánchez de mantenerse en el poder en alianza con compañeros de viajes convictos y confesos de ser enemigos del sistema constitucional tiene un precio y éste no es otro que el resultado obtenido por el PSOE en las tres convocatorias electorales antes mencionadas. Ese alineamiento es letal para sus expectativas electorales y, por lo que se conoce, no ha habido ningún progreso en el contencioso catalán, sino todo lo contrario, un rosario de cesiones que ha embravecido al independentismo. La época que se anuncia viene repleta de dificultades, particularmente en el terreno económico. Sin pactos esenciales entre los dos grandes partidos será difícil llegar a soluciones eficaces y duraderas. Aquí el PP tendrá que evidenciar si la llegada de Feijóo supone un cambio o la única prioridad es sacar a Sánchez del poder.

Tenemos ante nosotros una crisis económica de dimensiones ignotas, un panorama internacional cuajado de serias convulsiones como hace muchos años no se conocía, severos conflictos institucionales y la necesidad de articular un nuevo proyecto de progreso que vuelva ilusionar a la ciudadanía. El Partido Popular ha adquirido un serio compromiso con los andaluces en ese sentido y debe articular políticas de consenso lo más amplias posibles. Andalucía debe concentrarse en resolver los problemas endémicos de paro y asentar de una vez por todas una economía pujante y competitiva, que corte la emigración de los mejores y asegure el bienestar de su población. Esta tierra tiene que dejar de ser una brillante promesa para ser una incontestable realidad. Los nubarrones económicos van a exigir sacrificios y algunas políticas no precisamente simpáticas. Emprender una alocada huida hacia delante será peor y las consecuencias para los españoles serán más dañinas. No es una coyuntura de alegrías. En el plano de la política nacional, el presidente Sánchez debe entender que sin pactos transversales con el principal partido de la oposición vivirá instalado en el ámbito de la crispación política y nunca podrá articular un proyecto de país sólo con el apoyo y la alianza táctica de quienes entre sus objetivos principales está destruir el modelo de la Constitución de 1978. Ya van tres avisos. La aritmética de mayoría parlamentaria que le ha funcionado en esta legislatura a trancas y barrancas está herida de muerte y, lo que es peor, es letal para la convivencia de los españoles porque genera una división social peligrosísima.

El Gobierno tras las elecciones del 19J no puede hacerse el don tancredo, como parece su propósito. De esa manera, el presidente Sánchez sólo conseguirá un hundimiento con mayor desprestigio y poner a este país en una situación límite.

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