Cuando se cumplen seis meses desde la invasión rusa de Ucrania, Kiev ha comenzado a llevar la iniciativa después de que resolviese bien la ofensiva que Vladimir Putin calificó de operación especial, y que ha dejado al descubierto las tremendas debilidades de sus ejércitos. Su aviación, aunque es hegemónica, ha sido incapaz de controlar el territorio debido a las defensas ucranianas; la flota del Mar Negro no pudo facilitar una invasión marítima, su estado mayor ha llegado a ser atacado por drones ucranianos, y las tropas dejaron Kiev y el centro para situarse en un largo frente en el sur y en el este de 1.200 kilómetros. En los últimos días, la artillería ucraniana, facilitada por Estados Unidos, ha alcanzado Crimea, que fue invadida en 2014; algunas posiciones de la retaguardia han sido alcanzadas, y se prepara una contraofensiva para recuperar la ciudad de Jersón, que es la única al otro lado del río Dniéper que han tomado los rusos. A pesar de estos avances, la guerra está muy empantanada. El líder ucraniano, Volodimir Zelenski, ha establecido que el objetivo es recuperar todo el territorio ocupado, lo que incluye la península de Crimea más el Donbás. Se ha producido un cambio de opinión respecto a marzo, cuando Zelenski se mostró dispuesto a hablar sobre Crimea si Putin liberaba las regiones ocupadas. Al líder ruso le han fallado las expectativas, nunca creyó que la Unión Europea fuera a mantenerse unida cuando él activase su principal mecanismo de presión: el corte del suministro del gas natural. Es posible que Putin esté intentando forzar una negociación con el argumento de que la central nuclear de Zaporiyia pueda convertirse en un nuevo Chernobil, pero Zelenski ha dejado constancia de que no aceptará ningún acuerdo sobre la base de la cesión territorial. La situación, por tanto, es muy rígida. Cuando llegue el invierno, la actividad de tropas bajará, pero, entonces, comenzará el momento más duro para Europa por la escasez de gas.