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Pasado ya un año de la dana que causó dos centenares largos de muertos en Valencia y que dejó al aire, junto con un enorme sufrimiento y destrucción, la vergonzosa actuación durante la tarde de la tragedia de Carlos Mazón, por fin el Partido Popular ha decidido a abordar la insostenible situación de su presidente autonómico mediante una retirada estratégica que, por el momento, le permita seguir con la protección de su aforamiento judicial. Mazón anunció ayer su dimisión en una intervención teñida de patetismo y autocompasión. Demasiado tarde. El daño está hecho y no sólo en la Comunidad Valenciana, sino en el conjunto del país. La dirección nacional que encabeza Alberto Núñez Feijóo ha mostrado en este caso tanta torpeza como debilidad y ha sido incapaz de comprender que la catástrofe de Valencia se vivió en toda España como algo propio y terrible. La permanencia de Mazón en el puesto contra viento y marea, sus mentiras que mal podía disimular y el hecho de no pudiera dar un paso en la calle sin que recibiera improperios y peticiones de dimisión era algo que no afectaba sólo a los equilibrios y expectativas del PP valenciano, sino que golpeaba con intensidad en Madrid, en Sevilla o en Lugo. Mazón debería haber dimitido en los primeros días de la crisis y su enconada resistencia debería haber sido anulada por el principal dirigente del partido, que ha quedado retratado como carente de autoridad en una crisis que levanta una enorme sensibilidad social. Los insultos que recibió el presidente en el acto de recuerdo por las víctimas presidido por los Reyes la semana pasada parecen haber marcado una línea roja y ha sido el propio PP valenciano el que se ha movilizado a la búsqueda de una alternativa que permita taponar la vía de agua que está abierta en el partido. Se hará al final, aunque con mucho retraso, y Feijóo quedará ya siempre retratado por una situación a la que no supo o no pudo hacer frente. Que Mazón desapareciera de la primera línea políitca se había convertido en una exigencia ética.
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