Al sur del sur

Javier Chaparro

jchaparro@grupojoly.com

La zona de interés

"En estas tierras sureñas somos lo que somos porque nos gusta reconocernos en las miradas ajenas"

El primer paso consiste en buscar un enemigo bajo cualquier pretexto. El motivo es lo de menos, aunque si es algo visible a primera vista ayudará a señalarle más fácilmente con el dedo, ya sea su color de piel, su indumentaria o la forma en que reza. El siguiente nivel es quizá más complejo porque exige una sobredosis de crueldad para despojar a ese enemigo imaginario de todo derecho, arrancándole su condición humana. Desde ese instante, ese alguien pasa a ser algo, un objeto cuya existencia se asemeja a unos zapatos viejos al fondo del armario. Están ahí, inútiles, ocupando un espacio muerto, hasta que un día los tiras al contenedor de basura con alivio, sin sombra de remordimiento.

Martin Amis hizo un retrato perfecto del día a día de los jefes nazis y de sus subalternos en un campo de exterminio en La zona de interés, donde el trasiego de vagones de tren cargados de judíos, las cámaras de gas y los hornos crematorios componen el paisaje cotidiano de los protagonistas. "Si lo que estamos haciendo es bueno ¿por qué huele tan mal?", se pregunta turbado uno de ellos. Frente a él no hay personas, sino cosas molestas de las que ni una vez desaparecidas te puedes librar porque el olor de sus cadáveres quemados permanece impregnado en el aire.

Donald Trump tampoco ve a las personas que huyen de la miseria, de las guerras y la represión, ni a los niños que lloran sin consuelo tras ser separados de sus padres con la excusa de que van a asearlos, sino elementos que tratan de invadir EEUU. Es un mensaje fácil que le sirve para tapar sus desaguisados. Por eso su empeño en construir muros y por eso el neofascista Matteo Salvini -"el ministro del Hampa", en definición de Roberto Saviano- tilda de "carga de carne humana" a los refugiados rescatados por los barcos de las ONG en mitad del oleaje.

Hace unos meses, Juanjo Téllez reclamaba en una entrevista en estas páginas su condición de fenicio, orgulloso de su impureza de genes mediterráneos que a lo largo de los siglos han ido y vuelto sucesivas veces desde esta y aquella orilla. En estas tierras sureñas somos lo que somos porque nos gusta reconocernos en las miradas ajenas y porque huimos de conjugar el verbo tolerar, que solo implica superioridad de unos sobre otros. Solo a las costas de la provincia de Cádiz han llegado desde comienzos de año más de 4.200 personas, 1.700 de ellas en lo que llevamos de junio. Tengamos por seguro que nadie se va de la tierra en la que ha nacido, dado sus primeros pasos y se reconoce a sí mismo si no es obligado por las circunstancias. La inmigración no es una amenaza para la identidad étnica o cultural de un país porque esta ha estado y estará en constante evolución a lo largo de la historia, sino la consecuencia directa de haber dejado de mirar a las personas como lo que son.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios