Después de que en los últimos tiempos y gracias a los medios de comunicación nos hayamos convertido en "expertos" en pandemias, cambio climático o energías renovables, esta semana, y merced al despertar de un volcán en la isla de La Palma, el ciudadano común lleva camino de "doctorarse" -fundamentalmente a través de la televisión- en vulcanismo, la rama de la geología que estudia la salida de magma a la superficie terrestre. Hasta el más lego de los telespectadores ya se ha familiarizado con términos como "colada de lava", "flujo piroclástico" o "lluvia de cenizas" y viendo las imágenes del río de lava engullendo todo lo que encuentra a su paso cualquiera se atreve a teorizar en las tertulias de café sobre las terribles fuerzas que surgen del interior de la tierra. La realidad es que a pesar de todos los avances científicos y tecnológicos actuales, sabemos muy poco más sobre las erupciones volcánicas de lo que sabían los desdichados habitantes de Pompeya y Herculano que en el año 79 murieron bajo los gases, las cenizas y la lava de aquella montaña que de repente vomitaba fuego (el Vesubio). Tan ignorantes eran del fenómeno que el científico y militar romano Plinio el Viejo, a la sazón en el norte del golfo de Nápoles, se embarcó para ver de cerca tal prodigio, convirtiéndose así -según relato de su sobrino Plinio el Joven- en la victima más conocida de aquel desastre. La curiosidad, unida a un insuficiente conocimiento de la dinámica interior de la Tierra, ha hecho que la observación de volcanes sea una actividad de riesgo. En 1980 se produjo la erupción del monte St. Helens en el estado de Washington. Los vulcanólogos encargados de controlar y prever la conducta del volcán solo habían visto en acción a los "apacibles" volcanes hawaianos y resultó que el St. Helens no tenía nada que ver con aquellos. La montaña se convirtió en una atracción turística. Se acondicionaron miradores para contemplar el espectáculo y a diario los helicópteros de televisión volaban sobre la cima para obtener las imágenes más impactantes. Cuando pasado un mes empezó a hincharse el lado norte de la montaña nadie intuyó una inminente explosión lateral. El lado norte se desmoronó (perdió 400 metros de altura) y una enorme avalancha de tierra y roca a 250 kilómetros por hora arrasó todo lo que encontró a su paso. Acto seguido el St. Helens entró en erupción con una potencia equivalente a 500 bombas atómicas lanzando una nube asesina que acabó con la vida de 57 personas. No habían pasado dos años cuando la erupción del volcán Unzen en Japón mató a seis científicos y tres turistas. Otro volcán, el Galeras (Colombia), se cobró otras seis víctimas entre los vulcanólogos que observaban su erupción en 1993. Aún así, sabemos algo más de los volcanes de lo que demuestra algún periodista que, con la colada de una antigua erupción como espectacular telón de fondo de su conexión, preguntó a un geólogo el porqué de un volcán el La Palma. Es su sino, colega,... ¡las Canarias son de origen volcánico!

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios