El próximo jueves se publicará en este periódico la última entrega de "A vista Del Águila". Han sido sesenta las que, desde marzo de 2021, han visto la luz semanalmente; en ellas se han realizado subjetivas reflexiones a partir de casi doscientas fotografías de Miguel Ángel Del Águila, tomadas desde finales de los sesenta hasta dos décadas más tarde. Se trata de una selección entre los más de treinta mil negativos que conforman el archivo de sus hijas y que ha sido custodiado celosamente por Victoria Guerrero.

Trabajar en esta tarea ha sido un regalo de los que suele efectuar la vida. Las imágenes han tenido el poder sugestivo de los más hondos aromas y su visión ha despertado recuerdos y conciencias de la ciudad en la que vivimos cuando el tiempo parecía interminable. Bucear en el ayer entraña sus riesgos, ya que suele aflorar la nostalgia, que no siempre es la mejor compañera de viaje. La añoranza impregna de virtudes el pasado, cuando lo único objetivo es que éramos más jóvenes y además, es pasado; a pesar de ello, ha resultado un ejercicio de lo más sugerente contemplar estampas que vivimos en unos tiempos en que la ciudad era distinta y nuestra mirada tenía la limpieza de los primeros momentos. Hemos paseado por una Algeciras reducida, armónica y humana, con límites manejables, cercana al mar y al puerto; en pocos años, fue convirtiéndose en ancha y compleja, heterogénea e imprevista. Se derribaron nobles fachadas, comenzaron a alejar el mar, convivieron chabolas con bloques, se peatonalizaron calles, se ampliaron diques, se abrieron industrias, se cerraron escenarios, se construyeron nuevas barriadas y desaparecieron escalinatas; arribaban barcos cargados de pesca y la ciudad se colapsaba cada verano con el paso del estrecho. Había estadios junto al mar, nuevas grúas, ferias de noche, sansilvestres urbanas y pasos de palio con bombillas; jóvenes de uniforme, pancartas en las calles, barcos ardiendo y equipos de baloncesto estrenando equipaciones reglamentarias. Hubo momentos de zozobra en la Capilla, de esplendor en el Mercado, actuaciones en el Parque, inauguraciones de hoteles, nuevos deportes de mar. La ciudad experimentó cambios radicales: creció su población y la dejaron sin río; se alzaron viviendas y desaparecieron playas, se construyeron cosos y se derribaron viejas plazas; se ampliaron avenidas y se eliminaron barracas. Revisar estas imágenes no ha sido solo un ejercicio de añoranza, sino una reflexión acerca de dónde venimos, qué hemos hecho bien y qué no tanto. Observando estas fotografías se han mostrado oportunidades aprovechadas, pero otras perdidas, quizás demasiadas. Si somos el tiempo que nos queda, estas imágenes deben ser muestra de nuestras debilidades y fortalezas, de nuestros aciertos y errores a la hora de diseñar de ahora en adelante una ciudad que, en el futuro, permita a quienes contemplen nuevas fotografías que la nostalgia puede llegar a ser una aceptable compañera de viaje.

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