El viejo profesor y las criptomonedas

Con internet, concluyó que su única tarea consistía en incentivar el apetito por aprender de sus alumnos

El viejo profesor llevaba cuatro décadas impartiendo clase en la misma Universidad a la que acudió como orgulloso estudiante. No en vano era el primer miembro de su familia que lo hacía. Sus padres vivieron la infancia bajo bombardeos y la juventud en los duros años de la posguerra. Sabían leer, sumar, restar, multiplicar y dividir con dificultad. Libros ninguno. Tampoco tuvieron televisor hasta la década de los sesenta. En su apartamento de 65 metros cuadrados criaron a cuatro hijos y el mayor logró obtener una beca para poder ingresar en la Universidad. Sus progenitores soñaron con que estudiaría para médico, ingeniero, abogado o financiero, pero ante su sorpresa y decepción prefirió ir por Letras y cinco años después se licenció en Filosofía. Luego hizo el doctorado, obtuvo por oposición un puesto como profesor y publicó libros sobre su materia.

Cuando superó los 60 años, el viejo profesor comenzó a darse cuenta de que el mundo había cambiado. Él siempre había impartido sus clases intentando hacer llegar a sus alumnos conocimientos que él tenía y ellos no. Pero ahora era consciente de que no sabía más que internet; de que todo estaba allí al alcance gratuito de sus estudiantes y que por lo tanto su método era innecesario. Se animó pensando en que le quedaba el papel de "seleccionar" lo relevante de lo accesorio y dirigir a los jóvenes en la buena dirección; pero pronto fue consciente de que eso tampoco era imprescindible, ya que había multitud de algoritmos que lo hacían a la carta. Así que concluyó que su única tarea consistía en incentivar el apetito por aprender de sus alumnos, porque de hacerlo ellos mismos sabrían encontrar los conocimientos necesarios. Si, en un tiempo en el que todo parecía al alcance de las nuevas generaciones, descubrió que éstas tenían de todo, menos hambre por aprender, curiosidad e ilusión porque a la mayoría de ellos les esperaba el paro o un empleo precario y mileurista al finalizar su formación. ¿Y cómo trasmitir esperanza cuando la realidad era así de cruel? No es una receta infalible, pero desde entonces sólo repite, que es posible; que, si su generación lo logró, ellos podrán puesto que son mejores. Aunque cuando lo dice ve frente a él mas bostezos que brillo en los ojos de unos jóvenes, que le escuchan a la espera de que el siguiente profesor les explique bien lo de las criptomonedas.

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