Ojeando los titulares de hace justo un año, la covid era apenas un mal barrunto. La noticia del día era que, a pesar de los pocos casos detectados todavía en España y a pesar de que el gabinete de presidencia del gobierno consideraba de riesgo moderado las previsiones de la enfermedad en nuestro país, la celebración del Mobile de Barcelona se empezaba a cuestionar. En la zona, la prensa reseñaba sendos alijos frustrados en Cala Arena y Cala Botija, mientras continuaban los preparativos del cercano carnaval.

Un mes más tarde, las peores conjeturas se cumplieron y entraron en nuestro vocabulario palabras hasta entonces apenas pronunciadas: estados de alarma, confinamientos, salvoconductos. Los primeros meses vivimos una situación propia de cualquiera de las más apocalípticas ficciones: ciudades vacías, calles vacías y ruidosos balcones que se llenaban puntuales en noches que acabaron siendo atardeceres. Recluidos en la socorrida y segura burbuja doméstica vivimos una nueva situación extraña pero externa. Nos adaptamos al teletrabajo y a pautas que vivimos con la irrealidad de un mal sueño. Pasaron los meses y comenzó la desescalada, fugaz y engañosa, frustrada por nuevas olas que han tenido la recurrencia de las maldiciones bíblicas. Se ha puesto a prueba la capacidad humana de adaptación a cualquier circunstancia: encierros, restricciones, distancias, renuncias, improvisaciones, mensajes contradictorios de dirigentes no siempre a la altura de las circunstancias… Sin embargo, la irrealidad de los primeros meses se ha convertido en un acuciante acecho de lo real, por encima de los datos estadísticos y de repentinas subitas de las tasas de incidencias. Los afectados tienen ahora nombre y apellidos; la enfermedad se arrima a nuestras vidas y la muerte se está llevando a seres próximos que la pandemia ha alejado y a los que no hemos podido acompañar en sus últimos días, ya que la distancia se impone como garantía pero también como condición. Unos dictan normas, otros las cuestionan; unos imponen, otros hacen dejadez de funciones; unos reclaman, otros miran de soslayo; la luz de las vacunas titila por las sombrías leyes del mercado y los ciudadanos vivimos situaciones muy reales que parecen planteadas por perversos demiurgos de ficción. La enfermedad, el miedo y la muerte han tomado cuerpo y en estos momentos, antes de caer en la desesperanza, me vienen a la mente las palabras de Candide, que en boca de Voltaire nos animaba a cultivar nuestro jardín. La ciencia, la honestidad y una buena gestión son los mejores medios para que este mal sueño acabe de una vez, para que se restauren tantos desgarros y para que podamos honrar al menos a tantos que han muerto en la soledad y la distancia. Apenas se habla del amor en estos tiempos de pandemia, quizás por eso debamos seguir cultivando.

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