La vida breve

Tarde o temprano somos alcanzados por el tiempo y a partir de entonces estamos obligados a contar con él

Tomo el título de la ópera de Falla, aunque también me habría valido el del texto de Séneca titulado De la brevedad de la vida o, tal vez, hubiera resultado más exacto tomarlo del poema de Luis de Góngora De la brevedad engañosa de la vida. El tiempo y la duración de la existencia son conceptos tan sencillos como irresolubles que afectan a todo ser humano y que, por mucho que se intenten obviar y mirar para otro lado, están ahí. Tarde o temprano, como dejó magníficamente reflejado Luis Cernuda en Ocnos, somos alcanzados por el tiempo y a partir de entonces estamos obligados a contar con él. En ese momento son muchos los que se sienten engañados por la vida y lamentan que no haya una segunda oportunidad, pero emulando nuevamente al poeta de la calle Aire, la realidad es una cosa y otra bien distinta es el deseo.

Estas cosas me asaltaban cuando hace unos días, paseando por una calle del pueblo de Umbrete, estaba absorto escuchando el gorjeo de los gorriones. El canto del gorrión es enormemente simple y monótono, pero me resulta de una profundidad enorme y me transmite una gran paz. Me transporta a los claustros monásticos o a esos jardines íntimos en los que se acompañan del murmullo, igualmente monocorde, de una fuente en la que borbotea el agua. Los gorriones escasean últimamente, sobre todo en las grandes ciudades. La llegada de competidores y depredadores no autóctonos, me comentó el catedrático de Ecología Enrique Figueroa, están causando estragos en las poblaciones de tan becquerianas aves. Iba, como decía, camino de la plaza de Umbrete a comprar el periódico cuando oigo un revuelo de gorriones y veo una cría que cae al suelo. Era un volantón, como allí dicen, que hacía sus primeros pinitos para aprender a volar. Cayó unos tres metros delante de mí, dio varios saltitos sin poder levantar el vuelo y fue a morir bajo las ruedas de un coche que pasaba en ese momento.

Me dio el día. No quise mirar. El conductor ni se enteró, siguió ajeno su camino dejando a su paso una mancha en el suelo que eran los restos del desdichado pajarillo. La vida fue cruel con el pobre gorrión como lo es en tantas cosas y en tantas situaciones que nos son difíciles de aceptar. Para Séneca, quien mejor vive la vida es el sabio, recordando sabiamente el pasado, aprovechando el presente y disponiendo el futuro. Pero, en verdad, ¡qué pocos son los sabios que en el mundo han sido!

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