En la empresa hizo fortuna un axioma que sostenía que hay en la vida tres cosas que siempre son mentira: "Yo me casé por amor, yo no trabajo por dinero y venimos de Madrid a echaros una mano". Esta vez, para variar, éramos nosotros los que viajábamos en el AVE a Madrid, para asistir a una reunión. Nuestros tres asientos estaban en torno a una mesita plegable, dejando uno libre. Teníamos la duda de si nos habían sacado este tipo de billetes, para que pudiéramos ir charlando los tres o simplemente porque eran, aunque incómodos, más baratos. El viaje discurría con normalidad, aunque había huelga del personal de cabina, pero todo cambió a la llegada a Córdoba. Un tipo de estatura media, acompañado del revisor que le señaló su sitio asignado, ocupó el asiento que quedaba libre en nuestro grupo. Después de dar las gracias muy educadamente al funcionario y desearnos las buenas tardes, elevó la voz para ciscarse en los sindicatos que según él, iban a arruinar a España con sus huelgas. Al ver nuestra cara de asombro, pidió disculpas y comenzó un relato sorprendente que acabó al llegar a la estación de Atocha.

Nos contó que era médico, con un prestigio consolidado en su especialidad, con una consulta privada que le reportaba pingües beneficios y ostentaba plaza de catedrático en una universidad privada de Madrid. Su vida, con mujer y dos hijos ya mayores, iba por el carril de una vida económicamente resuelta, cuando se enamoró perdidamente de una chica, mucho más joven que él. Como en otros casos similares que todos conocemos, la separación fue la madre de todas las guerras. Con abogados carísimos de por medio y la necesidad de financiar dos familias a la vez, puesto que pronto tuvo un hijo con su nueva pareja, se planteó dar un giro de 180 grados a su vida. Decidió volver a su pueblo natal, en la provincia de Córdoba, con el deseo de vivir una vida más tranquila y que su nuevo hijo pudiera criarse en una atmósfera rural, menos tóxica que la de la capital. Llegó a un acuerdo con la universidad que le agrupó sus clases en dos días de la semana y cogía el AVE, para ir y volver. Fueron divertidas las historias del reencuentro con su pueblo, después de tantos años fuera y su sorpresa al ver al más torpe del instituto donde estudió, convertido en el alcalde socialista del pueblo, cosa que, por cierto, le recordó en voz alta, en la plaza. Agobiado porque la ex y su hijos, le estaban sacando hasta las pestañas, acudió a su madre que le consoló: -"Calla y paga porque como hombre que eres, vienes de casta de cabrón". Pensé que de este feminismo, no había oído yo hablar.

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