La verdad no importa

A quien debiera dirigirse el señor Vermehren es a sus asalariados para que unifiquen su discurso

La palabra posverdad ya está en el diccionario de la Real Academia Española ("Distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales") y debemos aprender a utilizarla con corrección. Es un neologismo -es decir, una palabra nueva, recién incorporada al lenguaje- que ya existía como tal, en el universo del lenguaje político y de los medios de la anglofonía: se denomina post-truth (Oxford English Dictionary) a lo "relativo a las circunstancias en las que los hechos objetivos influyen menos a la hora de modelar la opinión pública que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal". Algo que ha estado toda la vida en la actitud de las personas, sobre todo de aquellas que, por la razón que sea, han de convencer, por encargo o por propia iniciativa, a pocos o a muchos, de algo que conviene al emisor, con frivolidad y desparpajo, sin la menor concesión a la verdad.

Los nacionalistas son generadores de posverdades. Nacionalistas vascos y catalanes han construido una historia a la medida de sus ensoñaciones. Personajes histriónicos, ignorantes, delincuentes e incluso criminales son tenidos por héroes y elevados a la adoración popular. Hasta, como ocurre con el "euskera batúa", se ha creado un idioma componiendo formas dialectales diversas y en algunas casos muy distintas, habladas en el norte del territorio vasco español, en el francés y al norte de Navarra, como se compondría un puzle con piezas que ni siquiera encajan; desechando lo necesario y recortando lo que fuera menester.

Ayer, una carta (destacada) al director de este diario, se refería a mi "Esfera Armilar" de la pasada semana (Mejor esperar al "requetebrexit"). La firma Miguel Vermehren, director del Servicio de Información de Gibraltar, uno de los órganos de propaganda del Gobierno de Gibraltar, radicado en España, que emplea a periodistas españoles y despliega un amplio abanico de influencias en la clase política española, entre otros colectivos. La carta es un espléndido ejemplo de posverdad que se detiene en el dedo que señala e ignora lo que señala el dedo. Lo propio en la tarea de estos especialistas de la posverdad. A quien debiera dirigirse el señor Verme (él también me recorta a mí el apellido) es a sus asalariados y "sobrecogedores" para que unifiquen su discurso respecto al montante de "trabajadores" que entran y salen de la colonia.

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