Un día en la vida

Manuel Barea

mbarea@diariodesevilla.es

El veneno de los mediocres

Critican el trabajo que no hacen pero el día 30 de cada mes corren ansiosos hasta el cajero para ver si han cobrado

Puede un mediocre ser alguien influyente, ser algo influyente? Sí. Puede. Pues en principio parecen poderosas la inmediatez y la expansión de su contagio. Porque el antídoto contra el virus que extiende con su charlatanería tan apabullante como sibilina es dedicación, interés, afán y capacidad. Y el mediocre consigue convencer a unos cuantos de que no hay necesidad de inyectarse nada de eso cada mañana antes de emprender la jornada y afrontar las horas que quedan por delante con el esfuerzo que exijan a cada cual. Esa aguja hipodérmica que nos debe meter en vena el preparado con todos esos ingredientes es -cierto- difícil de clavar. Son muchos a los que les repele sólo imaginarla tras la estridencia del despertador. Y sin embargo, a poco que nos empleemos con un chute de eso sentiremos en el mismo cansancio de la noche, de regreso al hogar, la plenitud de la satisfacción. Y algo más: el orgullo de estar respondiendo a la enseñanza recibida, de no estar defraudando a los hombres que nos precedieron y que nos aleccionaron inculcándonos que no hay mayor demostración de dignidad que la de alguien que cumple y que no le debe nada a nadie, que lo que obtiene a fin de mes se lo gana a pulso y que no es una prebenda ni un regalo. Trabaja. Y cobra.

Estos mediocres de sonrisa retorcida y fea que tienen a los demás por desgraciados esclavos de poderes oscuros -el ruin capitalismo y toda esa mierda-, mientras ellos se jactan de llevar tatuado en su frente bajo la que no hay nada de nada el sello del rebelde, del outsider, no son prosélitos de Thoreau ni de Henry Miller. Ni siquiera saben quiénes son. No los han leído en su puta vida de desahogados. No los conduce la máxima del primero de que "los hombres trabajan por error" ni los guía la del segundo, para el que "el trabajo es una actividad reservada para los estúpidos, es lo opuesto mismo de la creación". Sólo les faltaba que lo suyo, puro pancismo, tuviera el nimbo de intelectual. Ni su comportamiento en el tajo -del que se escaquean con descaro- ni sus diatribas contra él -a pesar de que el día 30 de cada mes corren ansiosos hasta el cajero más cercano para comprobar que la paga está en su sitio- tienen que ver con la desobediencia civil ni con el hedonismo. Es sólo jeta. Y de la más dura. Y cuando comprueban que los demás no hacen lo mismo escupen su veneno a ver si contagian a alguien y lo ganan para su causa: la mediocridad.

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