Nada más nacer ya estamos hablando, más bien llorando, pero lanzamos palabras. Con la palabra exteriorizamos nuestras emociones, nuestros deseos... Son una herramienta de comunicación con el otro. Con el intercambio de palabras nos acercamos, conocemos vivencias, culturas, emociones y también la opinión del otro, y si son distintas mejor. En la escucha nos llenamos de nuevas ideas, planteamientos, nos enriquecemos, podemos llegar a conclusiones diferentes de las que teníamos inicialmente, incluso cambiar de posicionamiento. Por ello es importante la palabra, el diálogo. El diálogo intercultural, intergeneracional, interreligioso, internacional, etc. Con ellos crecemos.

Pienso que nadie quiere la guerra, que todos somos partidarios de la paz. No conozco en mi círculo de amistades, de conocidos, partidarios de la guerra. Decir que los militares son partidarios de la guerra es una opinión tan tonta como que los médicos son amantes de las enfermedades.

El diálogo es parte de nuestras vidas. Pero para ello, previamente, la palabra que se va a utilizar en ese diálogo debe tener valor. La palabra del Gobierno ruso, de su presidente, no tiene valor. La perdió hace muchos años.

Existen palabras llenas de verdad y palabras falsas. Putin es el maestro de la mentira y los líderes occidentales han sido engañados más de una vez. Muchos pensaron que con Crimea su apetitito se saciaba. Ucrania no es su primera guerra y por desgracia, si la gana, no será la última.

Ucrania tiene todo el derecho de defenderse y es una obligación moral de los estados democráticos y de todo demócrata ayudar a sus ciudadanos. Si no, las palabras pronunciadas contra la agresión rusa serán palabras vacías, llenas de engaños, palabras de cobardes.

Se habla de la cobardía del dinero, que huye con rapidez de los peligros. Pero también existen cobardías intelectuales, cobardía cultural, cobardías políticas, incluso cobardía religiosa. Ante una violación no existe neutralidad, ante la agresión a una mujer hablar de neutralidad es flaqueza. La agresión a Ucrania es a 40 millones de personas. Las fuerzas de ocupación, como ya hicieron en Chechenia o Georgia, arrasarán. Es su forma de castigar toda oposición, si no que se lo pregunten a los propios rusos opositores. Los bombardeos hablan claro y potente.

Rusia está lanzando misiles contra Europa, y estos son los propios refugiados, madres con niños, con los abuelos, huyendo de la barbarie. El invasor sabe que las palabras de acogida irán perdiendo valor. La mejor forma de desactivarlo es la fraternal acogida, pero con organización y planificación a largo plazo.

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