España es una Monarquía parlamentaria. El rey como Jefe de Estado ejerce el poder regulado por el parlamento y el ejecutivo. Su principal atribución es simbólica. Así lo reconoce el Artículo 56 de la Constitución española.

Sin embargo, estas semanas he sentido vergüenza ajena ante tanto despropósito, cutre y sórdido, de una institución que debe ser intachable, pero que dista mucho de serlo.

Cómo puede tener legitimidad democrática esta institución cuando niega la esencia de la democracia: la abolición de los privilegios de sangre, la igualdad de todos ante la ley y la libre elección de nuestros representantes.

El sistema democrático exige que todos los poderes públicos sean de duración limitada y origen electivo. Acceder a la Jefatura del Estado teniendo como único mérito haber nacido en una determinada familia, en un determinado orden cronológico, supone una grave ruptura del principio democrático.

El Estado de Derecho es seguramente el mayor logro en política de la humanidad, su simple violación por parte de un sistema monárquico debería ser suficiente para preferir un sistema republicano. Aunque una república no es garantía de bienestar o de democracia, son sus valores y la ejemplaridad de los servidores públicos los que dan carácter al modelo.

Esos valores tienen un hilo conductor: el pueblo se autogobierna y protege la libertad; todos son iguales ante la ley; el Estado se fundamenta en el derecho y el imperio de la ley; la igualdad de oportunidades como esencia democrática; la participación ciudadana como marco de referencia; los derechos civiles y la transparencia como oposición a la corrupción política.

En esta estructura no cabe la monarquía, que es antidemocrática por naturaleza, opaca por convicción, y está alejada de las necesidades y los intereses reales de la gente. Ya habrán deducido mis preferencias, aunque no creo que todos los males se terminen por instaurar una república.

Soy republicana, pero sin aspavientos. Ojalá alguna vez pudiera expresarlo en una urna, no tendría ninguna duda. Una institución hereditaria es un sin sentido. Además, "pertenezco a esa clase de locos que anuncian utopías que al día siguiente son realidades" como decía Blasco Ibáñez.

Aspiro a un modelo políticamente abierto, participativo y democrático; un modelo que promueva una sociedad crítica y responsable; un modelo sustentado por principios y valores de libertad, igualdad y justicia social, blindados por la Constitución para evitar que los gobiernos de turno ataquen los fundamentos del propio Estado. Esa es mi utopía.

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