El lanzador de cuchillos

El último concierto del Tito Joan

No debe ser sencillo renunciar al cariño de la gente, que es un bien escaso y reservado a unos pocos privilegiados

Una noche de San Juan, Serrat volvió a su viejo barrio barcelonés. El Poble Sec es un barrio crecido sobre las laderas de Montjuic, en su descenso hacia las antiguas rondas que rodeaban el casco viejo de la ciudad, que, a principios de los setenta del pasado siglo, acogía una población proletaria y pequeño burguesa, aderezada por la presencia reciente de familias inmigrantes o mixtas, como la del propio Serrat. Una noche de San Juan, decía -lo leí en un librito que dedicó al cantautor su amigo Manolo Vázquez Montalbán y que me vino de perlas para un trabajo escolar-, volvió Serrat a su viejo barrio barcelonés y presenció el trajín de la chiquillería en el acarreo de muebles, cajas y otros enseres. Todo se llevaba a las hogueras que ya empezaban a arder. El cantante quizá tuvo la espontánea reacción de participar de la fiesta, como había hecho siendo niño. Pero se encontró con las miradas admirativas, los codazos y los susurros de advertencia. Con el cristal que separa a la figura de su público. Su incipiente fama no le había cambiado, había cambiado a sus vecinos de siempre.

Medio siglo después, a punto de cumplir setenta y nueve años, Serrat ha dado su último concierto. Debió hacerlo antes -una retirada a tiempo es una victoria-, pero, aunque he sufrido íntimamente viéndolo seguir la inercia de la industria, no lo culpo. No debe ser sencillo renunciar al cariño de la gente, que es un bien escaso y reservado a unos pocos privilegiados. Porque Serrat siempre se ha sabido querido: "Sé que si me presento en cualquier casa, me invitarán a comer y pondrán la vajilla de los domingos. Me consideran uno más de la familia". El tito Joan. El que me cantó desde el cassette de un amigo, en mi ya lejanísima adolescencia, y me descubrió un mundo nuevo y una sensibilidad distinta para apreciarlo con todos sus matices. El que, frente a los aguafiestas que, en nombre del alma, nos negaban el cuerpo, ofrecía el antídoto perfecto: "Saca de paseo a tus instintos y ventílalos al sol, y no dosifiques los placeres; si puedes, derróchalos". El que me enseñó a amar a Machado, verso a verso.

El noi del Poble Sec ha andado muchos caminos y abierto muchas veredas, pero la víspera de Nochebuena dejó, por voluntad propia, el vicio de cantar. Y uno de su calle me ha dicho que ayer lo vieron sentado en un banco, tomando el sol como un jubilado.

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