POR más oculto que esté en esta campaña electoral, José Luis Rodríguez sigue siendo el secretario general del PSOE hasta que el 38º Congreso ordinario del partido elija a su sucesor. La negativa a que, cumpliendo los estatutos, se adelantase la cita orgánica -no era necesario que fuese extraordinario- para encumbrar antes de las elecciones a la R de Rubalcaba como la nueva letra capital de los socialistas que sucediera a una Z y una P maltrechas, sitúa al cántabro ante la tesitura de ganarse los galones en las urnas.

Ante ese reto, el más importante a mi juicio que asume Rubalcaba, el debate de hoy con la R de Rajoy es algo más que el último cartucho, que también lo es, para dar un quiebro inesperado a una campaña en la que el PP lleva una agenda en la que apenas se preocupa de qué hace el adversario.

En la medida en que una R se imponga a la otra en el duelo ante las cámaras -y los españoles- que se vivirá en el prime time televisivo de hoy, el futuro orgánico del PSOE puede variar. El único debate, para mí, será más determinante que si el candidato socialista rebaja el suelo de escaños, que marcó Felipe González (118 en 1977) y no Joaquín Almunia (125 en 2000).

Rubalcaba no ha brillado como candidato en la medida que lo ha hecho siempre como parlamentario y como ministro, tareas en las que se ha situado entre los mejores de la política española. Es más, por momentos ha estado irreconocible.

Si en el cara a cara de esta noche, el candidato socialista muestra mayor solvencia que un Rajoy al que la inercia del triunfo cantado le lleva en volandas, podrá presentarse con garantías de seguir siendo el jefe de la oposición como secretario general. Sobre todo porque por muy grande que sea la victoria del PP, el crédito que obtenga será más corto que largo y dependerá de la capacidad real de su futuro Gobierno de hacer que baje el paro lo suficiente en la próxima legislatura.

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