La semana pasada el objeto de conversación tras nuestra salida en bicicleta fue, naturalmente, el mundial de ciclismo que al día siguiente habría de disputarse en los alrededores de la población austríaca de Innsbruck. Eduardo un entusiasta (como buen vasco) del ciclismo, anunció convencido: "si queréis apostar, no lo dudéis, hacedlo a Alaphilippe y ganaréis seguro". No le faltaba razón, el corredor francés era el gran favorito para una carrera diseñada -en cuanto a distancia y perfil del recorrido- según el modelo de las grandes "clásicas". Sin embargo, mi apuesta -si se quiere sentimental- era Alejandro Valverde, quizás el ciclista español más completo de la historia que en su dilatada carrera ya había ganado 9 de esas grandes clásicas (5 veces la Flecha Valona y 4 la Lieja-Bastogne-Lieja) y 6 medallas en Campeonatos del Mundo (2 platas y 4 bronces). El principal hándicap de "El Bala" (apodo con el que conocen a Valverde en el pelotón por lo fulgurante de sus esprints) es su veteranía: Tiene 38 años y la mayoría de sus rivales apenas acababan de nacer cuando él ya era profesional. A pesar de ello, la prueba de Innsbruck parecía estar hecha a propósito para un ciclista de sus características: gran resistencia, facilidad para subir puertos cortos y de gran pendiente y explosividad en el esprint. Podría decirse que era su "última bala" para lograr un título que se le resistía desde hacía 15 años. El Mundial es una carrera atípica, son casi siete horas de tensión encima de la bicicleta, pendiente de evitar caídas, buscando una buena posición en el pelotón y siempre atento a los movimientos de los rivales, todo con el objetivo de llegar a la última vuelta en condiciones de disputar la victoria. Al no permitirse los "pinganillos" (comunicación entre director y corredores) se corre por intuición y el más pequeño error te aparta sin remisión del triunfo. Como aficionado uno es consciente de todas esas variables y no puede evitar emocionarse cuando a falta de 10 kms ve a Valverde en el grupo de cinco corredores que entra en cabeza en el "Infierno", un muro de 2,8 km con una pendiente media del 11% y con una rampa de 300 m al 28%. A mitad de subida se queda, sorpresivamente, el gran favorito Alaphilippe y poco después lo hace otro hombre rápido, el italiano Moscon. Solo son tres: Bardet, Woods y Valverde y seguro que entonces el murciano recordó el ultimo consejo del seleccionador Mínguez: "Corre cuando tengas que correr… no corras antes". Valverde aguardó sin precipitarse, al punto que en el descenso se les unió el holandés Dumolin, pero "el Bala" confiaba en sus piernas y a 300 m de la meta lanzó el esprint que, por fin, le llevaría a la gloria. Todos los españoles lloramos con él cuando pasada la meta se abrazaba a su auxiliar. ¡Enhorabuena, campeón!

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