La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

La túnica de los devotos

Vida, devoción, miradas que son oraciones y oraciones que son conversaciones se han hecho túnica

Se podría llamar la túnica de las flores, como de antiguo se la conocía por los elementos más destacados del dibujo de sus bordados. Se podría llamar la túnica del cuarto centenario, porque éste es el motivo de la reconstrucción de la antigua túnica perdida. Pero la hermandad ha decidido llamarla la túnica de los devotos. Lo que, además de ser el nombre más hermoso, es el más exacto al borrar toda distinción, como siempre sucede en lo que al Señor se refiere, entre los devotos y los hermanos que la han sufragado. Porque la devoción antecede a la pertenencia a la hermandad como su requisito previo. Porque la han costeado por igual 4.000 devotos y hermanos. Porque la hermandad siempre ha dado un lugar preeminente a los devotos en horas de apertura del templo, proximidad al Señor con el beso al talón -primero instituido solo los viernes y después ampliado a todos los días-, celebración diaria de cultos o ampliación de las jornadas del besamanos. Y los devotos han correspondido haciéndose del Señor y haciéndolo suyo. Si la hermandad es fundamental como garante de la continuidad del culto y si Sevilla debe la existencia del propio Señor al encargo que esta le hizo y le pagó el uno de octubre de 1620, son los devotos quienes día tras día, año tras año, siglo tras siglo, han completado la portentosa imagen salida de las manos de Mesa y le han dado vida.

Una imagen sagrada es una obra de arte y a la vez mucho más. Tan poderoso y devoto como el Gran Poder es el Crucificado de Velázquez, para mí las dos cumbres del arte religioso occidental, pintado diez años después de que el Gran Poder fuera esculpido. Pero desde que lo retiraron del convento de San Plácido de Madrid y llegó al Prado en 1829 se ha convertido "solo" en obra de arte. La imagen sagrada pide templo, oración, culto. De lo contrario, de alguna forma, se muere. Al Señor, en cambio, le da vida la devoción. Manuel Chaves Nogales lo captó mejor que nadie al escribir en 1921: "la capilla del Gran Poder, creada por la hermandad y vivificada por el sentimiento popular…".

Esta vida, esta devoción, este calor humano de miradas que son oraciones y de oraciones que son conversaciones ha tomado forma, se ha hecho bordado, ha revestido físicamente al Señor como lo reviste el amor de sus devotos; cumpliéndose lo que escribió Sánchez de Arco: las ofrendas a las imágenes son oro fundido con oraciones.

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