Una extraña particularidad de la cepa española del coronavirus es -a juzgar por las medidas tomadas por las autoridades sanitarias- su tropismo por los centros de enseñanza. Parece ser que en todo lugar en que se aspira al conocimiento, el virus se ensaña en docentes y educandos al punto que da la impresión de que a los expertos no les ha quedado más remedio que recomendar el cierre sine díe de escuelas, institutos y universidades. Se conoce que los virus que se han asentado en la península les tienen especial inquina a los individuos instruidos o en camino de serlo, en contraste con la teórica "benevolencia infectiva" que muestran hacia la gente que se concentra en bares, restaurantes y discotecas, donde a tenor de las aglomeraciones que se producen en dichos establecimientos no desentonaría un cartelito con la leyenda "espacio libre de virus". Lo que resulta sorprendente es la poca relevancia que la sociedad (medios de comunicación incluidos) ha dado al hecho de que durante siete meses (al menos) se haya suspendido -o bastardeado- cualquier actividad educativa y más sorprendente aún es el hecho de que los afectados lo hayan aceptado con total resignación y si acaso se han quejado de algo es de no saber que hacer con los niños que no pueden soltar en los colegios. Mientras se consideran esenciales cosas como ir de bares, celebrar fiestas o acudir a la playa, la parálisis del sistema educativo parece no preocupar a nadie y menos aún a los dirigentes políticos que acallan cualquier atisbo de reclamación recurriendo al aprobado general. Es un síntoma más del descrédito que el conocimiento, la cultura o la capacidad y el mérito tienen el la sociedad actual, unos valores que son ignorados (cuando no denostados) siendo los pocos que aún los reivindican tachados de elitistas. Isaac Asimov en su ensayo de 1980, "El culto de la ignorancia", escribió refiriéndose a los estadounidenses (unas lumbreras comparados con nosotros) que el antiintelectualismo se había popularizado entre la gente hasta invadir la vida política y cultural amparado en la falsa premisa de que democracia quiere decir que: "mi ignorancia vale tanto como tu saber". Hasta tal punto se ha vuelto incomoda la erudición que la mayoría de políticos se esmera en hablar lo más zarrapastrosamente posible (en parte porque su entendimiento no les da para más y en parte para evitar ofender a su auditorio dándoles la impresión de haber aprovechado su paso por el colegio). Queda ya lejos la oratoria de Emilio Castelar, Nicolás Salmerón o, porqué no, Alfonso Guerra o Rosa Díez, ahora todo son expresiones vagas y textos vacíos repletos de frases prefabricadas que nada significan pero que encandilan a la gente ignorante. Solo cuando los jóvenes españoles reciban una educación basada en el esfuerzo y el mérito empezará a tener significado la idea de democracia.

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