La tauromaquia es sin duda la expresión más relevante del pueblo español. Las corridas de toros son tan genuinamente españolas que es precisamente esa condición (y no la impostada salvaguarda del bienestar animal) la que ha propiciado su abolición en aquellas regiones en las que, por razones políticas, todo lo español les repele como al vampiro la cruz. Como escribió el veterinario y literato Cesáreo Sanz Egaña: "El toro de lidia es la única aportación original de España a la zootecnia universal". Es un producto de la ingeniería genética, un animal emblemático cuya existencia no tendría sentido fuera de las plazas de toros. La liturgia y los ritos de la fiesta nacional forman parte de nuestra historia, al punto de que el vocabulario taurino impregna el lenguaje cotidiano de todos los españoles sean o no aficionados y así "cortarse la coleta", "estar para el arrastre" o "echar un capote" son expresiones coloquiales tan familiares para los autóctonos como extrañas para los foráneos. Paradójicamente y a pesar de ser a menudo tachado de un espectáculo cruel, salvaje y arcaico, el público que acude a los cosos taurinos suele ser infinitamente más educado y juicioso que, por ejemplo, la legión de aficionados que llenan los graderíos de los campos de fútbol. No existen tornos en las puertas ni es necesario cachear a los asistentes a una corrida para ver si llevan armas o bengalas, los porteros se limitan a controlar a los listillos que pretenden colarse sin entrada. En el transcurso de la corrida rara vez se oirán insultos o exabruptos contra los participantes en ella. Como mucho será mediante silbidos la manera en que el público manifestará su desacuerdo con algún aspecto de la lidia o con las decisiones del presidente ya que, a diferencia de otros espectáculos, en los toros, los asistentes -el "respetable" público- forman parte activa de su desarrollo. Toman decisiones premiando o censurando la labor de los toreros, el comportamiento del toro o el transcurrir de la lidia ejerciendo, en definitiva, de inapelable juez que determina el éxito o fracaso de diestros y ganaderos. Para todo ello, es necesario poseer suficientes conocimientos para entender las reacciones del animal y evaluar el tipo de lidia que, en función de ellas, efectúan los toreros. El aficionado taurino percibe como el lidiador "domestica" la fuerza del toro transformando sus fieras acometidas en embestidas controladas a través del temple, esto es, la reducción de la velocidad del astado para acoplarla al ritmo deseado por el matador. Cuando se tiene la suerte de ver como en el embroque entre ambos, el toro se emplea con casta y nobleza y el torero relaja su cuerpo y se abandona (en lugar de contraerse y crisparse como, en buena lógica, le indica su instinto de supervivencia), entonces se produce ese fugaz y mágico momento en que… el arte surge del ruedo.

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