Cambio de sentido

La tita

Si un padre, cuando eres chica, es un superhéroe, cinco titos son la galaxia Marvel

Como hay un día mundial para todo -ese santoral laico y tantas veces comercial-, he consultado cuándo cae el Día de los Titos y las Titas, por si me servía de percha para colgar estas palabras. No ha habido suerte, fue el mes pasado. Así es que reconozco que este artículo no tiene más excusa que mi devoción a esa figura familiar, y la comparto por si les toca dentro, por si acaso ustedes también, cuando chicos, fueron los sobrinos más felices del mundo y, cuando grandes, las titas más entusiastas de la galaxia. Es mi caso. También vindico a la tita y al tito por ser un rol nunca lo suficientemente valorado. Ellas y ellos, liberados del rigor y las obligaciones parentales, pueden ejercer un influjo maravilloso en la chiquillería familiar.

Les hablaré primero como sobrina que soy de muchos tíos y tías, de una familia extensa y de pueblo: tener titos variopintos amplifica, más allá de los padres, los primeros y más influyentes modelos y guiones de vida. Facilita el contraste. Las faldas de las titas son además un inmejorable plan de fuga; ellas pueden permitirse el lujo de estar secretamente de tu parte. A una de mis tías, que no tuvo hijos, le debo tiempo de calidad -lo llaman ahora así-, es decir, su dedicación no para enseñarme normas, sino para jugar, dibujar o leer juntas. Si un padre, cuando eres chica, es un superhéroe capaz de alzarte con un solo brazo, cinco titos revoleándote por los aires son la galaxia Marvel. A ello hay que sumarle la presencia estelar de las tías abuelas y los tíos abuelos, personajes prodigiosos llegados de otra época: la hermana de la abuela, capitana de un batallón de alegres costureras; el hermano del abuelo, venido cada verano de la Francia, andaluz con toque gabacho y bigotes de Dalí. En la Sierra Sur de Jaén, al tito y a la tita especial le llamamos chacho o chacha. La vida me ha regalado ser sobrina de mi gran chacha Dolores.

Les hablo ahora en calidad de tía, cargo que ostento gracias a dos fascinantes criaturas. Con ellos, el vínculo se reinicia y repite. Pidiendo el amparo, son ellos quienes me cobijan en su amor disparatado, sus juegos, su asombro y esas lenguas a medio estrenar. Se habla a menudo con palabras grandes y redondas de la experiencia de ser padres, o incluso abuelos. No les resto valor. Mas poco se habla en cambio de esta otra profunda vivencia que usted -si ha tenido un buen tío o lo es- guarda en lo más calentito del corazón, mononcle.

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