EL otro día una de mis sobrinas me hizo una pregunta que me dejó atónito: ¿Es verdad que van a desaparecer los animales? Cayetana, de cinco años, expresaba así su temor tras haber visto en su colegio de Sevilla un documental sobre el cambio climático. El miedo en el rostro de la pequeña hizo plantearme si es necesario trasladar los mensajes apocalípticos de Al Gore a edades tan tempranas, hasta tal punto de convertir el calentamiento del planeta en el coco de los niños del siglo XXI. Con esto no quiero restar importancia al fenómeno -vaya a pasarme como a Rajoy y su primo- ya que sus efectos son más que palpables, como demuestra que muchos se sigan bañando en las playas de la comarca en pleno diciembre. El problema es que por mucho que se conciencie a los ciudadanos, lo cual es necesario, la solución está en manos de los gobiernos y las grandes empresas. Y, de momento, en las caras de muchos de sus líderes no se atisba miedo alguno.