Me contaba una amiga que tras realizar su primer viaje a Florencia, había visto muchas cosas bonitas, pero con la sensación de ser llevada en volandas, por una multitud de turistas que lo abarrotaban todo. Florencia es uno de los lugares imposibles de conocer en un día. Si lo que quieres es visitar sus museos, a lo mejor te da tiempo. Aún así, te pierdes todo lo demás que es tan importante como los museos. El epicentro en Florencia es el Duomo y allí, efectivamente, te será difícil circular entre japoneses disciplinados, siguiendo a su guía y parejitas enamoradas haciéndose selfies. No se me desanimen, porque hay otra ciudad, más allá del centro, a la que los turistas no suelen llegar. El barrio de Sant'Ambrogio, no dista mucho del Duomo, pero su arquitectura no es tan exquisita. Se concentran en él un muy activo comercio, a precios lejanos de las puñaladas habituales a los extranjeros y un mercado palpitante. Durante las noches calurosas, la gente llena las terrazas, en un ambiente festivo y acogedor, muy agradable. En el centro del barrio se encuentra el Teatro del Sale, un palco escénico antiguo, bellísimo.

En el 2003, un matrimonio de actores florentinos, fundaron allí, un círculo cultural al que cualquiera puede pertenecer, si respeta dos aspectos fundamentales, la libertad de opinión y la libertad de expresión. Las cenas que organizan a diario, son para unas 50 personas y hay que reservar previamente. En el antiguo patio de butacas, mesas corridas para que la gente pueda debatir, con los demás en un ambiente créanme en el que ni la edad ni los idiomas, son inconveniente. Cuando llegas, en una gran mesa ya están dispuestos los Antipasti, más de una docena que incluyen todo tipo de ensaladas y hasta lentejas. En las dos horas siguientes, de una gran cocina a la vista, salen todo tipo de platos que son anunciados al respetable por un simpático mozalbete con síndrome de Down, que trajina incansable por los fogones. Para el recuerdo quedan unas sardinitas horneadas con albahaca, unas albóndigas en salsa de yogur, un pollo con patatas doradas y la pasta. Vino y aguas, a discreción. Mientras se toma el café, se levantan los manteles, la cocina se oculta tras las persianas y los sillones se disponen para el concierto. Tuve la suerte de escuchar a tres jóvenes pianistas del festival de Lucca que interpretaron en un programa a Chopin y Debussy, con maestría. A la salida, tomando una copita, en la plaza de Santa Croce, con la luna apareciendo tras las espadañas, me acordé de los pobres turistas sudorosos. Hay otra Florencia.

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