El visitante de la Capilla Sixtina, verá al levantar la cabeza hacia la bóveda, las nueve escenas del Génesis que pintó Miguel Ángel por encargo del Papa Julio II y de entre ellas quizá sea la que ocupa el espacio central, "La creación de Adán" una de las obras de arte más apreciada y reconocida del mundo. Dios envuelto en un manto de color púrpura y rodeado de ángeles y querubines estira su brazo hacia el de un inerte Adán para insuflarle el hálito de la vida a través del contacto de sus respectivos dedos índices, ilustrando de esta forma el pintor las palabras del Génesis 1:27, "Dios creó al hombre a su imagen y semejanza". Asistimos a la representación del sentido del tacto como fuente de vida y de hecho la piel, el órgano que nos separa y, a la vez, nos relaciona con el mundo, es nuestra parte más sensible y sin duda la más comunicativa. A través de ella sentimos la presión, la temperatura y el dolor y a través de ella manifestamos nuestro estado emocional: rubor al sentir vergüenza, palidez cuando tenemos miedo o piel de gallina si algo nos estremece. Ya el filósofo griego Anaxágoras describía a las manos como las partes del cuerpo humano que nos habían hecho más inteligentes que los animales y otro ilustre pensador, Heidegger, reivindica la importancia del tacto al señalar que nuestra relación inmediata con el mundo no se da a través de lo que está disponible "a la vista" sino a través de lo que está "a mano". Una de las costumbres más características de nuestros parientes los simios es el aseo social, esto es, la revisión exhaustiva del pelaje (despioje) entre los miembros del grupo. A pesar que los humanos hemos perdido la mayor parte del pelo, nuestro pasado evolutivo como primates hace que sigamos ejecutando movimientos parecidos a los de la higiene comunitaria de los monos. El contacto físico es parte fundamental de las relaciones sociales siendo el beso, el apretón de manos, el abrazo o la palmadita en la espalda viejos rituales simbólicos que nos ayudan a sobrevivir. Sin embargo, sorpresivamente la COVID-19 por mor de su capacidad de transmisión ha hecho realidad una antinatural sociedad sin contactos. Dos metros es la distancia mínima que al mismo tiempo que nos protege del contagio acaba con las muestras de afectividad. Los teléfonos y los ordenadores se han convertido en intermediarios necesarios para las demostraciones de amor o amistad y las yemas de los dedos que antes se deslizaban por la cara del ser querido ahora solo encuentran las frías letras de un teclado para comunicar los sentimientos. Sin contacto nuestra percepción de estar vivos se menoscaba y solo el arte puede "tocarnos" espiritualmente para contrarrestar la atrofia de los sentidos. El disfrute de buenos libros, buena música o buenas películas puede emocionarnos de manera similar al contacto humano.

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