Pues es la soberanía

Gibraltar debe marchar con sus colonizadores y quedarse una temporada en el limbo

Escribía ayer en elEconomista.es, el profesor Velarde Fuertes, que "no se deben abandonar las soluciones a largo plazo de problemas esenciales". Abundaba en las tesis de los más sonados economistas que en el mundo han sido y citaba a Friedman, Keynes, Schumpeter y Mises, para afirmar que sólo si el Reino Unido abandona Gibraltar, hay futuro para la comarca. Pero, el despliegue crematístico del Gobierno de la colonia, comprando voluntades y servicios, es tan considerable que apenas si tienen efectos las opiniones de los pocos intelectuales y expertos que escapan, por su independencia, seriedad y conocimientos, de los poderosos depredadores de Convent Place.

No parece que el Gobierno de España esté dispuesto, como no lo estuvieron los inmediatamente anteriores, a percatarse de la evidencia. De que Gibraltar es una colonia militar habitada por una población civil, que es base naval, no sólo británica sino también americana, y apoya su existencia en el mantenimiento de ingenios nucleares y en el desarrollo de sus funcionalidades. Todo lo demás son historias para dormir a los incautos con cuentos dictados desde despachos de dádivas, presentes y destinos. Por otra parte, es elemental que no hay vida ni futuro para un Campo de Gibraltar soportando una colonia extranjera con una economía basada en la disfunción fiscal, dotada de un sistema que desequilibra gravemente la economía del territorio que la rodea y secuestra a sus trabajadores.

El Brexit, como aseguran todos los analistas serios y de fiar, es la gran oportunidad para acabar con el contencioso de Gibraltar o dejarlo en busca de un oasis. La Unión Europea le ha brindado a España la iniciativa y aunque la salida del Reino Unido es mala para todos a corto plazo, la inercia de los acontecimientos, como suele suceder, irá paliando los muchos males que, por de pronto, producirá en bienes y a las personas. Gibraltar debe marchar con sus colonizadores y quedarse una temporada en el limbo diplomático, a ver qué tal les va sin poner sobre la mesa el asunto de la soberanía. Ni siquiera entonces estaría justificada la reinstalación del Instituto Cervantes en la colonia, pues su presencia es un reconocimiento de facto a la condición de suelo extranjero que España no admite. Pero con el más que presentable liberado sindical y reputado comunista Luis García Montero, dirigiendo los destinos de la institución, no podía esperarse ninguna otra cosa.

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