Alguien ha puesto en un tuit anónimo una pregunta interesante: ¿y si el Rey dijese en los discursos lo que piensa? Así, a lo vivo, decir exactamente lo que uno piensa puede ser brutal, como sostiene un personaje de Muñoz Molina en Plenilunio. Juan Cruz, que escribió el ensayo Contra la sinceridad, advierte que todas las palabras que se usan para abrazar, como amor, solidaridad, ternura o generosidad, sirven también para engañar. Y apunta que la sinceridad es la naturalidad y eso no excluye la buena educación.

El modelo perfecto de político brutal a fuer de sincero es Pablo Iglesias. Para él toda la clase política era "la casta", una élite separada del pueblo que sólo él representaba. Descalificación copiada de "la banda de los cuatro" que Jean Marie Le Pen dedicaba al arco parlamentario francés en los 80: gaullistas, centristas, socialistas y comunistas. Iglesias no tuvo empacho en reprochar al PSOE la cal viva en la guerra sucia contra ETA, ni en calificar de fracasado al PCE, en manos de cenizos incapaces. A la buena educación habría que añadir dos ingredientes más, sentido del humor y tolerancia. Todo dirigente intransigente acaba convirtiéndose en un reaccionario.

Se le pide al Rey que censure abiertamente a su padre. Debería haberlo hecho; no necesitaba llegar a la crudeza de quienes le acosan desde el Gobierno. Un acólito de Iglesias pregunta tras el discurso de Navidad si "la monarquía es una herramienta idónea para delinquir". Eso es teatro del malo. Antes de abandonar la Casa Blanca, el presidente de la república más importante del mundo democrático acaba de indultar a su consuegro de 16 delitos fiscales. Y el presidente de una república bananera muy grata para Podemos está acusado por Estados Unidos de narcotráfico. Pero ahí siguen Iglesias y sus muchachos, con su santa indignidad en el cerco a la Zarzuela.

El Rey podría hacer muchas cosas para poner a quienes le acosan en su sitio, además de a su señor padre. Por ejemplo retirar el ducado de Franco y el señorío de Meirás a los herederos del dictador, como ya hizo con el título de duques de Palma a su hermana Cristina y su cuñado Urdangarín. Así a lo mejor se le quitan las ganas de mandarle cartitas a los militares que quieren sacar sus uniformes del alcanfor. También podría pronunciarse abiertamente por la restauración democrática en Venezuela. Es bien posible, sin embargo, que el cuerpo le pida sinceridad y su cargo le obligue a moderarse. Según una reciente encuesta de Metroscopia, tres de cada cuatro españoles aprueba el papel institucional de Felipe VI. El ataque sistemático de la extrema izquierda puede tener efecto bumerán.

Juan Carlos solía decir que la reina Sofía era "una profesional", siempre en su sitio. Por contraste él podía ser como un excelente aficionado, que un día era Maradona y al día siguiente no jugaba porque le dejaba la novia. El emérito era franco y campechano, pero Felipe sale a su madre. Afortunadamente.

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