La silla de la playa me cambió la vida. Yo, que iba como pollo sin cabeza, con mi toalla al hombro y una botella de agua en mano... A pecho descubierto, deseando tirarme en la arena hirviendo, sin importar las quemaduras de un sol que ya venía anunciando el peligro de sus rayos. Pero en aquel momento no importaba, todo estaba perfectamente alineado con aquellos maravillosos años.

Hasta que un día me dijo una amiga mayor que yo: "Cómprate una silla, así estarás más cómoda". Me quedé pensativa sin prestarle mucha atención, sin embargo, le hice caso y adquirí una. Y no sé cómo sucedió, pero en mi siguiente visita a la playa empecé a ver las cosas desde otra altura. Cambió la perspectiva, a pesar de que el paisaje seguía siendo el mismo. También compré una sombrilla por si mi piel blanquecina necesitaba refugio, y una nevera para que el agua de aquella botella pasara por mi garganta sin parecer una sopa.

Y quizás, eso me hizo comprender las fases de la propia vida. Sin duda, la silla de la playa fue mi punto de inflexión.

Con 18 años, las emociones están a flor de piel. Es todo muy intenso, pero a la vez, despreocupado. No percibes el daño que viene de fuera, o incluso de dentro, y en caso de que algo te queme, le echas agua para enfriar y a seguir.

Con los veintitantos, consigues controlar los impulsos y los colores se ven más nítidos. Aún te sales de la sombrilla para recordar cómo te quemaba el sol años atrás, pero ya lo haces con protección. Ya no necesitas esa adrenalina de despellejarte con dolor.

Mi paseo por los trentilargos están llenos de autodescubrimiento y matices de madurez. He aprendido a hacerme responsable de lo que me sucede, incluso a sabiendas de que siempre habrá rayos de sol que intenten calcinarme, y, a veces, lo consigan. He entendido que la vida no es lo que pasa, es lo que yo interpreto que pasa, y que mis emociones son personales e intransferibles, así que debo cuidarlas para que no sufran y sanarlas cuando sea necesario. Qué en el error y en mis sombras está el aprendizaje y que ese es el único camino hacia la evolución.

He aprendido a hacer tortilla de patatas con cebolla (para llevármela a la playa, por supuesto) y a compartirla con quien de verdad quiere pasar tiempo conmigo. A no desgastarme en infiernos ajenos y a sentir más y pensar menos.

Estoy en una etapa preciosa y no sé lo que me depara el futuro … Quizás, lo siguiente sea una silla más alta, de esas que no se reclinan el respaldo. Para tener la espalda recta. La vista al frente. Sin mirar atrás, con paso firme, pero sin olvidar todo lo que me llevó hasta ahí. Sin olvidar de dónde vengo.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios