Es así como fue, señores

La Semana Santa era para ellos un resto del comportamiento social del régimen de Franco

No sé si es la fuerza de los hechos o que, a pesar de todo, el sentido común prevalece sobre la estupidez. Pero el caso es que a veces se ven atisbos de cordura en donde hubo oscuridad e ignorancia. Yo he vivido esos momentos en los que elementos de la izquierda se propusieron acabar con la Semana Santa. Al arranque del tiempo nuevo que traía el cambio propiciado por las Cortes del régimen liderado por el general Franco, no pocos pensaron que se trataba de escribir desde cero, la historia de España. La Semana Santa, una tradición ancestral, era para ellos un resto del comportamiento social mantenido por aquel régimen que, sin embargo, fue el que propició el cambio. Porque la verdad es que la democracia española es, como tantas otras cosas, un producto franquista. Como los son los pantanos o la seguridad social, como lo son los centros de día para mayores o las paga extraordinarias de julio (del dieciocho se decía, nada menos) y de diciembre (de Navidad, para precisar).

El lunes, cuando en mi pueblo, en Algeciras, contemplaba la procesión de La Columna, recordé sus orígenes, su fundación por iniciativa de un ayuntamiento franquista presidido por un falangista, que fue uno de los mejores alcaldes de nuestra historia próxima, Ángel Silva Cernuda. Cuando la izquierda mandaba hasta en los desagües de la comarca, allá por los últimos setenta y primeros ochenta, esa cofradía fue uno de los objetivos a batir, desapareció de hecho y sus exiguos fondos fueron escarbados por algunos sujetos que andan sueltos por ahí, como si tal cosa. Lo dije alto y claro en mi pregón del año 1985 de una Semana Santa que se resistía ante sus enemigos, algunos de los cuales estaban en la primera fila, escuchándome por imperativo legal, en el salón de actos de la casa salesiana, cuando el presidente de la Junta de Hermandades y Cofradías era Manuel García Campillo, un hombre al que Algeciras no parece saber cuánto le debe.

El otro día, escuché a un socialista relevante, Óscar Puente, alcalde de Valladolid y católico confeso, presentar en Madrid, junto a monseñor Ricardo Blázquez, la semana santa de esa querida ciudad de la venerable Castilla; un canto al silencio, en palabras de Miguel Delibes. Emocionante fue su reconocimiento al significado de ese hecho religioso en la definición espiritual de España. Más emocionante aún fue para mí, testigo impenitente de lo que se propusieron, antaño, sus compañeros ideológicos.

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