Ojo de pez

Pablo Bujalance

pbujalance@malagahoy.es

No tienen rey

Lo que sus señorías venían a decir es que quienes no comparten su fantasía no son gallegos, vascos ni catalanes

Tuvo su gracia, en parte, que las formaciones independentistas leyeran su manifiesto No tenemos rey en el Congreso de los Diputados, que es, o debería ser, la casa de todos, monárquicos y republicanos; pero que es, sobre todo, el lugar donde se hace política en virtud de la realidad, coyuntura espinosa y delicada donde las haya. La aspiración a una Jefatura del Estado con titulares electos es legítima, razonable y seguramente necesaria: nada habría habido que objetar a un manifiesto que expresara el deseo de los partidos firmantes en este sentido. Tampoco habría mucho que decir ante una declaración de objeción de conciencia colectiva, porque la objeción de conciencia no niega la realidad, sino que decide, en uso de su autonomía, y sobre todo asumiendo los riesgos, quedarse fuera. Que salgan los independentistas diciendo que no tienen rey, sin jugarse un céntimo de su sueldo de diputados, viene a tener las mismas consecuencias políticas que un manifiesto a favor de la existencia de los elfos en Extremadura. Porque resulta que si se es ciudadano del Estado español, pues sí, vaya, el rey viene con el paquete. En el bar donde desayuno cada mañana podemos decretar que la bandera que representa al Estado lleva la cara de Doraemon. Y serviría para lo mismo: los símbolos no se cambian unilateralmente.

El rey, qué le vamos a hacer, es el jefe del Estado. Y, la verdad, no parece que haya una reivindicación social masiva ni urgente para evitarlo. Lo que sí se puede hacer es trabajar para conseguir un Estado republicano, pero para esto no se puede negar la realidad: su transformación exige su conocimiento. Aunque, al cabo, si alguien se queda más a gusto diciendo que no tiene rey, pues fantástico. Hay quien asume compromisos más extraños, por más que la adopción mágica de la alternativa ficticia obstaculice de manera seria la consecución de esa misma alternativa en un contexto real. Lo que sí que resulta poco serio es que los portavoces que leyeron el documento no hablaran en representación de sus partidos, sino de la sociedad catalana, vasca y gallega, respectivamente. Ya hay que tener una alta dosis de entusiasmo para ser del BNG y hablar en representación de la sociedad gallega, pero lo que al final sus señorías venían a decir es que quienes no comparten su fantasía no son gallegos, vascos, ni catalanes. Un coruñés que considere que, bueno, que mejor sin rey, pero que haberlo, haylo, no es gallego. Así funciona el racismo ideológico.

Así que a ver qué dice el próximo manifiesto. Crucemos los dedos: a la maquinaria exiliadora le gustan los cuentos de hadas.

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