Al sur del sur

Javier Chaparro

jchaparro@grupojoly.com

La revolución pendiente

"Un hombre no puede entender lo que siente una mujer sola en la calle de noche", me cuenta una amiga

Aún recuerdo aquel anuncio en la tele en blanco y negro: un hombre trajeado y con maletín caminaba apresurado por la calle soportando las bromas y comentarios groseros de las mujeres con las que se encontraba, ya fueran ejecutivas, obreras a pie de tajo o taxistas. Al llegar a su casa, el individuo sufría el ninguneo de su esposa, que le hacía cargar con las tareas domésticas mientras ella leía el periódico. Intuyo que se trataba de una de las primeras campañas institucionales por la igualdad de género que se hacían en la España de la Transición. La Constitución recién estrenada consagraba la igualdad de derechos y había muchas cosas por cambiar en las relaciones hombre-mujer, aunque los hechos indican que apenas si estamos aún a mitad de camino.

De los diez profesores de la Facultad de Educación de Sevilla que declararon ante el juez por los abusos sexuales cometidos por el decano de dicho centro, ocho lo hicieron a su favor. Las víctimas, dos profesoras y una becaria, sufrieron no solo las babas de su superior jerárquico, sino también el aislamiento por parte de la Universidad, de la Facultad y de sus compañeros en un centro consagrado, para colmo de males, a formar a los profesores de las futuras generaciones. La primera denuncia fue registrada hace diez años y en ese periodo tan solo dos de sus colegas mostraron a las tres mujeres su solidaridad y apoyo. La sentencia conocida esta semana ha venido a acreditar la gravedad de lo ocurrido con una condena a seis años largos de prisión que deja pocas dudas, aunque nada repara el que las víctimas hayan tenido que seguir compartiendo hasta ayer mismo, un día tras otro, los mismos pasillos y dependencias que su agresor.

"Un hombre no puede llegar a entender qué siente una mujer cuando va sola por la calle de noche", me comenta una amiga a modo de portavoz de un grupo de ellas. Trato de imaginar qué reacción habría tenido ese grupo de hombres talluditos subidos en alcohol con el que me acabo de cruzar si, en vez de conmigo, se hubiesen topado con alguna de ellas.

Las circunstancias y percepciones de cada cual difieren, con sus matices, pero queda mucho por avanzar si buena parte de las mujeres se sienten constreñidas en sus ámbitos laboral y familiar, o por un toque de queda para salir a pasear. Y si eso es en España, pensemos en el resto del planeta. No hace falta ir a países empobrecidos. En Japón es difícil ver a una mujer en un puesto de responsabilidad y EEUU cuenta con un presidente electo que, además de amenazar a los periodistas -allí también- se jacta de su impunidad en materia de acoso sexual. En Rusia, desde este miércoles, la violencia doméstica se ha convertido en un "delito civil", no penal, de tal modo que los maridos que peguen a sus compañeras pagarán una multa y sólo irán a prisión si lo hacen "más de una vez al año".

La próxima revolución será/debe ser la de la mujer. Solo entonces podremos considerarnos ciudadanos de un mundo civilizado.

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