Cuando el Occidente había vivido la llegada al poder de Adolf Hitler (1933), al que los resentimientos enfermizos convirtieron en un monstruo, el dramaturgo alemán Bertolt Brecht escribió su memorable "La resistible ascensión de Arturo Ui" (1941), en la que el título es el más elocuente de sus aciertos. Brecht esperaba en Finlandia la oportunidad de su marcha a Estados Unidos de América. La obra, en verso sarcástico, se desarrolla en el Chicago de aquellos años de acusado gansterismo: "La memoria de la ciudad es flaca, olvidadiza, y los instantes de violenta gloria muy pronto se convierten en ceniza". Cuando los personajes no son más que personas, no se necesitan atrezos ni decorados; el escenario es la vida misma. Los nazis llegan al poder -es muy importante no olvidarlo- a través de las urnas; en Alemania se había generado un ambiente en el que las consignas populistas y grandilocuentes, invadían las mentes menos desarrolladas, que son las más. La democracia, no tiene instrumentos para ponderar el voto ni puede acudir, porque no existe, a un mecanismo que evite que la ignorancia y la mediocridad se constituyan en fuerza decisoria.

Pero es lo que hay y, de momento, no parece fácil dar con una alternativa. No obstante, el sistema es retroalimentable: hay que hacerlo más participado, más recurrido y más serio. Además de limitar su vigencia a los espacios generales en los que no existe una jerarquía de saberes. En mi mucho tiempo de profesor universitario en el ejercicio activo, me estremecía oír hablar de "democratizar" la Universidad. Pues se democratizó; desapareció la figura del sabio, del maestro, y apareció la del líder. Los pollos de granja sustituyeron a los de campo y se estableció el café para todos donde debiera imperar el elitismo basado en el esfuerzo y la capacidad. Las imperfecciones del sistema se alían con las carencias de la naturaleza humana para organizar un totum revolutum, en el que la obtención y retención del poder son objetivos sine qua non y, en la práctica, excluyentes. La democracia sin autoridad para hacer cumplir las normas, nos costó ya el caos y una guerra fratricida, y ahí están de nuevo dándose unas circunstancias parecidas. Ver en las instituciones a ignorantes que se atreven a desacreditar a los grandes hombres, indica que la democracia ha fracasado y se está inmerso en una sociedad que sufre la privación extrema de toda clase de valores.

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