Los relojes de Dalí

Reciclo el plástico, aún a sabiendas de que mañana en la cesta de la compra volveré a pagar por grandes cantidades de él

TENGO un perro que me mira con carita de no haber roto un plato, tengo un jilguero que me canta al atardecer, adoro la serenidad de los delfines y las lagartijas de mi jardín, que en verano se zampan a los mosquitos que me hacen la vida imposible… Observo las hormigas que trabajan sin descanso en equipo y las mariposas que en libertad se posan donde les da la gana sobre mis flores y van y vienen a su antojo. Me gustan los animales, los domésticos y los salvajes; unos más, otros menos. Respeto a mis mascotas y convivo con ellas, con ciertos límites; los que ha de imponer la racionalidad del ser humano. No, las gallinas no son violadas y no, los canes no necesitan besos ni galletitas decoradas en forma de corazón para ser más felices. Tal vez seamos nosotros los que las necesitamos.

Reciclo el plástico, aún a sabiendas de que mañana en la cesta de la compra volveré a pagar por grandes cantidades de él, para que alguien siga ganando dinero, mientras yo me siento satisfecha porque uso el contenedor amarillo.

Respeto mi entorno en la medida de mis posibilidades. Pero, sí, enciendo la luz para no rodar al bajar las escaleras y pongo la lavadora, aún a riesgo de arruinarme… ¿Podría entonces considerarse el acto de encender la luz un hecho antiecológico teniendo en cuenta que para que llegue a casa la electricidad es necesario contaminar el mundo un poquito? ¿Debería tener cargo de conciencia por arrancar el motor de mi coche para ir al trabajo? Y no hablemos ya de ducharse con agua caliente, mucho gas. En esas estamos a veces. En el rizo del rizo, más rizado de todos. Hay conversaciones y situaciones hoy día que son para llevarlas a estudio psicológico riguroso. Creo que si todos colaboramos un poco conseguiremos un mundo mejor. Por supuesto que sí. Y que cada uno puede tener un pequeño gesto diario por el medioambiente. Pero, también creo que la escala de valores de nuestra sociedad está sufriendo una deformación de la realidad, similar a la de los relojes de Dalí. Un país que tiene más mascotas que hijos debe hacérselo mirar. Hace no mucho, en una céntrica cafetería algecireña, las palomas campeaban a sus anchas en el interior, mientras un perro ladraba atado bajo la mesa de su dueña… ¿Saben ustedes qué era lo único que molestaba allí? El llanto de un bebé que pedía el pecho de su madre y se salió del recinto para dárselo. Seguramente, lo más incorrecto de todo ¿no creen? Algo está sucediendo, que no logro discernir. Pero, a veces los valores, las ideas y las verdades absolutas nos resbalan de la mente con la misma flacidez que esos relojes que están a punto de caer al vacío por las rendijas del tiempo. Su móvil también gasta batería, de litio, por cierto…

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