Hablando en el desierto

Francisco Bejarano

Los recuerdos de papel

Vamos guardándolo todo desde la niñez casi: entradas de museos, cines y teatros, programas de espectáculos y folletos turísticos, tarjetas de embarques, registros de hoteles y notas que nos han dejado en recepción, posavasos de lugares a los que no volveremos, postales, fotos, entre tantos otros papeles y, por descontado, cartas. Guardamos centenares de notas para empezar un poema, un artículo o para recordar una anécdota que de otro modo se esfumaría en el olvido. Se van acumulando papeles con los años y los guardamos en cajas numeradas que un día tenemos la esperanza de revisar y poner en orden, pero cada vez queda menos tiempo para retener el tiempo, porque lo guardamos todo para retener el tiempo recordándolo. Sé que es un ejercicio de nostalgia para que la memoria personal no se vaya quedando vacía y acabemos por confundir una aventura en Florencia con una situación molesta en Fez.

Los papeles son tan personales y de una memoria tan particular que muy pocos, si morimos antes de darles el orden deseado, servirán para quienes tengan que revisarlos. Cada cierto tiempo se completa una caja, se cierra, se le añaden productos protectores de los papeles y se sella, y ya no se vuelve abrir nunca más, aunque nuestra intención sea hacerlo. En esas cajas está la memoria de nuestra vida y nunca nos decidimos a revisarlas para hacer escrutinio. Parece que al abrirlas se escapará el tiempo retenido, los momentos felices y desdichados que contienen. Alguna vez he pensado destruirlas sin abrir, pero nunca me he atrevido. El solo pensamiento me pareció una traición a mí mismo que me destruiría en parte, porque el camino de retorno a momentos y lugares que han significado algo en mi vida quedaría cortado para siempre. Las primeras son ya cajas misteriosas que me esperan para la sorpresa o la melancolía.

Cuando oigamos hablar de memoria histórica, neguemos su existencia y no discutamos. La memoria es siempre personal. La memoria histórica es la Historia, que es de todos y de nadie, es la memoria de una colectividad que las personas particulares leen con distancia, aunque sepan que les atañe. La verdadera memoria es la que conservamos en la mente y en los papeles privados, la que ha nacido y morirá con nosotros porque va unida a la vida. No morirá del todo lo que dejemos por escrito, las cartas y algunos documentos curiosos, las notas de viajes y las ideas expuestas en una frase para ampliarlas luego. Pero todo lo demás desaparecerá en un doloroso olvido, sobre todo aquellas experiencias que no nos atrevemos a contar a nadie, ni están por escrito, ni documentadas, y que son punzadas del recuerdo. Cada uno vamos dejando tras de sí lo que nos parece mejor de nosotros, nuestro yo más digno y las referencias de un mundo más feliz al que deseamos volver por caminos milagrosos.

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