Diafragma 2.8
Paco Guerrero
De aislados
Me miró con cara de extrañeza. Parecía decirme: “No te enteras de nada”. La verdad es que había escuchado su relato con atención, aunque llegado un momento, desconecté al comprobar tanta mezquindad. Mi sensibilidad no quiere aceptar la crueldad con la que, a veces, las personas mayores son tratadas por sus familias.
Quien me habla es un joven inmigrante que tiene a su cargo un matrimonio de personas mayores. Ella con Alzheimer, él con patologías propias de la edad: cadera, próstata, tensión y otros “inconvenientes”. El joven tiene una jornada laboral que se inicia a las ocho de la mañana y finaliza a las diez de la noche, cuando es sustituido por otro compañero oriundo del mismo país, Nicaragua. Éste tiene la orden de no molestar si ocurre algo en la madrugada, que llame a una ambulancia. Cobran 550 euros cada uno sin seguro ni nada de nada.
El matrimonio al que cuidan tiene cuatro hijos, de los cuales solo conocen físicamente a uno, quien se encarga de proveer de alimentos a sus padres.
Pensé que Ernesto, así se llama, venía a poner en mi conocimiento su situación laboral y la de sus paisanos, quienes después de aguantar a los dos dictadores nicaragüenses tienen que soportar este injusto sistema laboral esclavista. Por ahí intenté llevar la conversación, pero no era esa la cuestión que más le preocupaba.
“Mire, yo vengo a decirle que el hijo encargado de la alimentación de sus padres trae productos que están caducados. Se lo he dicho y me ha contestado que no pasa nada. Que se los ponga a la hora de comer, que no se dan cuenta. Entrega al padre una factura que a todas luces es falsa. Lo he hablado con el anciano y ha respondido que me estoy metiendo donde no me llaman, que haga mi trabajo y a callar. Me cuesta darles productos caducados que ya les han producido problemas estomacales. Cuando puedo, voy al super y compro, con mi dinero, algo para ellos y para mí. Con el sueldo que me pagan poco más puedo hacer. ¿Hay alguna posibilidad de ayudarme a remediar esta situación?”, me dijo.
“No lo sé”, fue mi respuesta. Le facilité el número de la Junta de Andalucía para denunciar los malos tratos a personas mayores (900 858 381) y le pedí que me dejara un tiempo para ver qué podía hacer. A mi memoria acudieron datos de todo tipo sobre el incremento de este mal, el más fiable es el de la OMS: el 15,7% de la población mundial mayor de 60 años sufre maltrato. Los números en este drama social, al igual que en otros, son relativos con tendencia al alza. En muchos casos, sabemos que los mayores no denuncian por miedo a ser rechazados por sus hijos. Hay personas como las que cuida Ernesto que niegan su sufrimiento. Prefieren permanecer callados antes que denunciar a unos hijos que solo esperan que mueran para cobrar la herencia.
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