Superada la influencia del llamado cuarto poder (el ejercido por los medios de comunicación tradicionales), las nuevas tecnologías han dado pie al surgimiento de plataformas virtuales y, con ello, a lo que conocemos como ciberperiodismo y al periodismo ciudadano. Nace, así, un quinto poder, inscrito en la sociedad de la información y caracterizado por la extrema rapidez en el flujo de mensajes.

El ciberperiodismo o periodismo web no es más que una mutación forzosa del viejo periodismo: se crean versiones digitales del ejemplar impreso e, incluso, se desarrollan contenidos específicos para éstas o se sustituye por completo el soporte papel. El periodismo ciudadano, al que cada vez se incorporan más sujetos que no son periodistas, se inicia con el florecimiento de blogs y páginas personales y cristaliza hoy en un universo de plataformas (Twitter, Facebook, Pinterest y otras similares) en las que cualquiera puede hacer oír su voz.

La conjunción de ambos fenómenos genera la inmensa fuerza de este quinto poder que, por una parte, otorga una formidable transparencia a lo que ocurre y nos ocurre y, por otra, facilita la aparición de consecuencias nefastas. Como subraya el periodista Mario Maraboto, "el quinto poder informa, exhibe, condena, critica, juzga y convoca a acciones ciudadanas; halaga lo mismo que ofende, concilia igual que confronta; exalta o denuesta". Sirve, al cabo, a la verdad con idéntico semblante y descaro con el que miente.

Es evidente que los Estados no pueden delegar en las redes la misión de garantizar una comunicación abierta, plural y respetuosa de las leyes. Pero cabalgar un tigre de tales dimensiones no es fácil. Así, el hipercontrol público aparejaría el riesgo de cercenar la libertad de expresión y de ir modelando una "cómoda" opinión pública. A la inversa, dejar que las redes amparen impunemente vómitos de odio, ira, venganza o falsedad nos conduce a una sociedad invivible, violenta, polarizada y neopuritana. Tampoco cabe encomendar dicha disciplina a los intermediarios: ésa es una función que corresponde al poder político y no tendría ninguna gracia acabar en manos de espurios censores privados.

En esas estamos: el hipertrofiado quinto poder se cuela por todas las rendijas de nuestra vida. Y al igual que apertura esperanzas y libera silencios, urde tramas infames y perpetra ruindades sin cuento. Algo habrá que hacer. Pero, por ahora, nadie parece saber cabalmente qué.

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