LE tengo fe a la presidenta del Parlamento andaluz, María del Mar Moreno, una señora coherente y honesta, en la que Manuel Chaves pensó alguna vez como su sustituta y a la que sus compañeros con altas funciones en el partido -todos hombres- ningunearon de mala manera, no fuera a ser que se lo creyera (lo de la sustitución).

Me sorprende, por ello, que su feminismo acreditado le haya hecho caer en una especie de avenate radical como el que los periódicos publicaban ayer. Participaba en una mesa redonda cuyo título ya encerraba las conclusiones: "El techo de cristal. Un análisis desde la perspectiva de la mujer en puestos de alta dirección y responsabilidad", y ahí, en territorio entregado, denunció lo mucho que sufren las mujeres por su "gran interinidad en el poder" y el "enorme índice de rotación" de los cargos que ocupan.

Modestamente creo que entre todos los problemas que padece la mujer española los que aquejan a las mujeres que se dedican a la política deben ser de los últimos. Cientos de miles de mujeres añaden a sus jornadas laborales el extra agotador de las faenas domésticas, cargan con el peso principal del cuidado y educación de los hijos -muchas veces a costa de interrumpir sus carreras profesionales- y ganan menos que los hombres en los mismos puestos de trabajo. Comparadas con esas dificultades, las cuitas de las consejeras, diputadas, alcaldesas y concejalas por ver retribuida su ambición de poder son, reconozcámoslo, menudencias.

Porque de eso trata la queja de María del Mar Moreno. Y lo argumenta con un dato: de los seis consejeros de la Junta de Andalucía actuales cuatro llevan cuatro legislaturas, mientras que de las siete consejeras sólo tres llevan dos mandatos. La comparación es incorrecta. Primero, de los cuatro consejeros a los que alude, uno -Paulino Plata- hace un año que no lo es. Segundo, dos consejeras que salieron tras el último mandato autonómico -Magdalena Álvarez y Carmen Calvo- no se fueron a sus casas, sino a ser ministras. Tercero, aunque me da hasta miedo plantearlo, ¿y si ha ocurrido que las consejeras nombradas no han dado la talla y han realizado gestiones deficientes? No digo nombres, lo dejo a su elección.

"La mano que nos pone es la mano que nos quita", se queja la presidenta del Parlamento. ¡Claro! La misma mano que pone y quita a los hombres. Si lo que se insinúa es que las políticas, por ser mujeres, han de tener garantizada la continuidad en sus cargos, apaga y vámonos. Sería como llevar el discurso de la cuota a su expresión más extravagante. Esto sólo puede interesar a las mujeres poderosas que quieren más poder. Es una singular lucha por la estabilidad en el empleo. Quieren ser fijas.

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