Es de desear que no sea generalizable lo que nos han mostrado los medios sobre la reacción popular en Argentina a la muerte de Maradona. Porque explicaría, sin tener que añadir nada, lo que pasa por allí. Y bastantes más cosas: los corralitos o el peronismo, por ejemplo, los populismos y sus derivaciones. Alguien ha puesto a circular una viñeta del inolvidable Quino en la que la inmortal Mafalda se queja de que, en términos relativos, su creador haya desaparecido sin casi notarse. El famoso futbolista reunía algunas de las más aborrecibles depravaciones que puede acumular la naturaleza humana y su aportación, efímera y restringida a una parte de la población, no pasa de ser una ráfaga instantánea en las sensaciones de los que se sintieron gratamente afectados por sus habilidades. Quino, fallecido también este año, hijo de andaluces de Fuengirola emigrados a Argentina, que adquirió, hace tres décadas, la nacionalidad española, recibió en 2014 el premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades.

Le atribuyen a Roberto Fontanarrosa (1944-2007), un viñetista argentino muy dado a las boutades, una frase en la que loaba el quehacer evitando el ser de Maradona. Afirmaba que no le importaba lo que Maradona hacía con su vida, que lo que importaba es lo que había hecho con la de él. De modo que asumía el efecto grandioso (¿?) que le proporcionaban el futbolista y la pelota, evitando a todo el que se le ponía por delante. Pues más significativo que el sentimiento de pérdida es el de la valoración que se hace del objeto perdido. No son las masas que gritan entusiasmadas, ante alguna figura idealizada, lo que debiera alertar a la inteligencia, sino lo que idealizan. Seguramente Fontanarrosa acudía, con su proceder, a una salida de su compatriota Julio Cortázar (1914-1984), que a la pregunta "¿Qué piensa usted de Mafalda?", respondió: "Eso no tiene la menor importancia; lo importante es lo que Mafalda piensa de mí".

No estoy yo por obviar el comportamiento del poeta limitándome a su poesía; como en el toreo, la verdad requiere sus evidencias porque si no, es pura filfa. Se sirve de un genio subyacente para disimularse. En la línea de Fontanarrosa y Cortázar, me quedo con la frase que le escuché al profesor Muñoz Alonso (1915-1974) cuando, siendo rector de la Complutense, un periodista le preguntó si Unamuno creía en Dios y respondió: "Lo importante es que Dios sí creía en él".

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